Es imposible dedicar esta columna semanal a comentar cualquier otra noticia que no sea la catástrofe aérea que ha consternado a Cuba en las ultimas 72 horas. Nos gustaría pensar que lo ocurrido se aleja por un momento del análisis de las violaciones a los derechos humanos. Lamentablemente no es así.

Hay un cordón umbilical que conecta este suceso con la imposibilidad de los ciudadanos de crear asociaciones independientes de consumidores, la censura en los medios de prensa, la corrupción que fomenta todo tipo de de negocios turbios a costa de la población, la ausencia de un poder judicial independiente, la falta de libertad de expresión incluso para los funcionarios del estado y muchos otros factores que facilitaron que esta desgracia ocurriese y permitirá que sucedan otras mas en el futuro.

La perdida de mas de un centenar de vidas en un solo instante nos estremece. Pero ¿cuantas muertes en “accidentes” en carreteras deterioradas, sin alumbrado ni señalizaciones adecuadas, por epidemias generadas por la insalubridad nacional, derrumbes de viviendas y otras causas no son también achacables a la falta de previsión, la impunidad irresponsable y la corrupción que se abre paso gracias a la ausencia de libertades y derechos ciudadanos básicos para ponerles coto?

Esas situaciones no responden a desgracias personales ocurridas por azar.  No es un rayo que mata una persona o derriba un avión. Son consecuencia de la ineficiencia, corrupción e irresponsabilidad que fomenta un régimen de gobierno centralizado, estatista, dictatorial y obsoleto de espaldas a las  necesidades e intereses de los ciudadanos. Esas tragedias personales son parte inseparable de la tragedia nacional.

Buena parte de estos sucesos no representan desgracias inevitables, el azar del destino o la expresión de una voluntad divina. No todos son resultado del azar y catástrofes naturales que por ello escaparían al juicio moral. Son en muchos casos de manufactura humana y perfectamente juzgables desde una perspectiva ética porque podían haberse evitado. No “tenían” que suceder.

No fue voluntad de Dios que perecieran esas personas junto a una decena de sus pastores de la Iglesia de Nazareno. Fue la voluntad de quienes no reinvierten las ganancias del turismo en la seguridad de los pasajeros y tratan de maximizar beneficios a su costa. Son los mismos que ahora dicen que es el “bloqueo” de Estados Unidos el culpable de esas muertes. Los que monopolizan la información que se brinda sobre el hecho e impiden investigaciones independientes. Los que impiden a los tribunales recepcionar denuncias ciudadanas y juzgar a favor de quienes han resultado esta vez víctimas de su insensibilidad y desidia.

Si los afectados y la población aceptan callada y resignadamente esta nueva desgracia como un “golpe del destino” estarían abriendo espacio a nuevas tragedias que pasaran impunes, sin una prensa, ciudadanía y jueces que cuestionen las explicaciones facilistas de quienes tienen la responsabilidad de responder por esas muertes.