Falta muy poco para que la nueva Constitución comunista cubana sea proclamada.  Será la segunda en la historia de América, y será promulgada no importa sin son millones los votos “NO” en el referendo, pues la dictadura contará la mayoría de ellos como votos por el “”, y punto.

En Cuba no hay forma de impedir un fraude, aunque ya sí hay vías expeditas para denunciarlo, cosa impensable hace algún tiempo. Desde 1959 nunca se ha podido verificar votación alguna. Y los ciudadanos votan bajo una fuerte presión de los CDR, militantes del PCC,  federadas, o voluntarios.

Y alta aquí al aire una pregunta clave: ¿Por qué una nueva Carta Magna comunista si no hay cambios en el nuevo texto acerca del sistema totalitario del país?

Una Constitución al revés, legaliza la violación de derechos

Desde las primeras, la Carta Magna de Inglaterra en 1215, y la Bula de Oro en Hungría  en 1222, y hasta principios del siglo XX, las constituciones siempre proclamaron los derechos de los ciudadanos. Jamás hubo una al revés, es decir, para legalizar la violación de los derechos. Pero en 1917 surgió la primera con la revolución bolchevique en Rusia, que institucionalizó la violación de los derechos humanos. Algo inaudito.

Fue esa exactamente la que Fidel Castro copió al pie de la letra en 1976, la Constitución  de la Unión Soviética  promulgada por Stalin 40 años antes mientras por orden suya millones de soviéticos eran fusilados o enviados a morir de hambre y frío en Siberia,  por “contrarrevolucionarios”.

Constitución ilegítima, contraste abismal con la de 1940

El colmo es que  esta de  2019 es copiada nuevamente de la URSS cuando ese país ya ni existe y  el comunismo yace sepultado en las murallas del Kremlin por inservible, contranatura  y criminal.

La nueva Carta Magna castrista es igualmente ilegítima y antidemocrática de origen. No fue redactada por una Asamblea Constituyente elegida por el pueblo,  sino cocinada sigilosamente por un grupito designado a dedo por el dictador y encabezado por él mismo.

Qué contraste abismal con la Constitución de 1940, redactada por una Asamblea Constituyente elegida en las urnas, integrada por 76 intelectuales, juristas y políticos, incluyendo seis delegados del Partido Comunista(PURC) . Todo el espectro político-ideológico de Cuba estuvo representado en aquella asamblea.

Además, los debates, en el Capitolio Nacional, fueron transmitidos por radio y seguidos con entusiasmo por la gente. Los propios comunistas lanzaron  la campaña “De la fábrica al capitolio” y los trabajadores llenaban la sala de sesiones.

Aquella Constitución — sustituyó a la de 1901– estableció derechos que muchas constituciones en el mundo no tenían: el derecho del individuo a un empleo digno, salario mínimo, jornada máxima de 8 horas, vacaciones pagadas, derecho de huelga, libre sindicalización, seguros sociales contra el desempleo, la invalidez, la vejez, libertad de expresión, reunión y asociación política como derechos individuales. El texto constitucional generó orgullo nacional, pues fue considerado internacionalmente como uno de los más avanzados a nivel mundial.

Nula, ignora al 92.1% de los cubanos adultos

Esta de 2019 es nula porque somete a todos los ciudadanos del país a las decisiones y caprichos de un partido político y prohíbe todos los demás. Hoy según estadísticas oficiales Cuba tiene 8.9 millones de ciudadanos mayores de 16 años, pero solo el 7.9% de ellos son miembros del PCC.  O sea, el 92.1% de los cubanos no son comunistas, pero la Constitución los ignora  y los somete al partido político de un segmento minúsculo de la población.

El abogado Fidel Castro en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953, alegó: “Es un principio elemental de derecho público que no existe la constitucionalidad allí donde el poder constituyente y el poder legislativo residen en el mismo organismo”.

Aquella denuncia es hoy “contrarrevolucionaria”. Si la soberanía de un país radica en el pueblo y el pueblo no participa en la elaboración de su Carta Magna, esta es ilegítima.  El vocablo griego democracia significa demos, pueblo, y kratos, poder. Esa es la gran diferencia  entre esta Constitución totalitaria y  la  pluralista y liberal de 79 años atrás.

Enmascara el verdadero poder castrista

Lo peor de todo no es lo que dice el nuevo texto, sino que presenta la misma mascarada de que la máxima instancia de poder en la isla es el Partido Comunista, lo cual es falso.  En Cuba el Estado, el PCC, el gobierno, la Asamblea Nacional y todos los poderes públicos están acogotado por un grupo de generales y comandantes que presididos por Raúl Castro conforman  el núcleo duro que de verdad manda en el país. Así ha sido durante 60 años.

La Constitución es solo una fachada, incluso letra muerta, pues es pisoteada a diario por el propio partido en el poder.  En concreto el objetivo de esta nueva Constitución es el de apuntalar el dominio de los militares más allá de 2021, cuando el Raúl Castro ceda –a no se sabe quién– su cargo de Primer Secretario del PCC. O antes si el General (de casi 88 años) no llegase a esa fecha.

El grupo todopoderoso  que manda en el país está por encima de la Constitución y de todos los poderes públicos. Y  ni siquiera tiene corporeidad institucional, no existe formalmente. Es “invisible”, actúa en las sombras cual Junta Militar, que no es supervisada ni regulada por nada,  ni por nadie.

Y por supuesto, la Junta Militar no puede aparecer en la Constitución,  pues ya la dictadura no podría presentarse ante el mundo como un gobierno civil, siendo militar hasta el tuétano. Y cabe preguntarse de qué sirve una nueva Carta Magna si los jefes militares que toman las decisiones están por encima de ella, no los atañe.

Fidel impuso el militarismo

Eso de un gobierno militar de facto por encima de la ley fue obra de Fidel Castro. Desde que Batista dejó el país, Fidel Castro sin tener cargo gubernamental comenzó a dirigir el país. El 3 de enero hizo que el Presidente provisional Manuel Urrutia (designado por Fidel) lo nombrara “Delegado” suyo ante “los institutos armados del país” y  como “Comandante en Jefe de las Fuerzas de Mar, Aire y Tierra de la República”. Y era como militar, no como político, que Fidel desde su casa de Cojímar le daba las instrucciones a Urrutia.

En 1976, al ponerse fin a la “provisionalidad” del gobierno de 1959, y pese a la sovietización de Cuba, Castro no aceptó –como en los demás países socialistas– que el Partido Comunista estuviera por encima de él, ni de las fuerzas armadas subordinadas a él como Comandante en Jefe.

Su entrenamiento como gángster habanero en los años 40 y principios de los 50 lo hizo experto en prevenir conspiraciones, y exacerbó su  paranoia.  Lo aprendió bien de colegas pandilleros como Emilio Tro (su jefe inmediato), Mario Salabarría, Orlando León Lemus (El Colorado), Rolando Masferrer, Morín Dopico,  José Fallat “El Turquito”, y otros.

Su ego no encajaba en la disciplina partidista leninista. Y Raúl Castro,  que en todo sigue a su hermano, tampoco acepta subordinarse al poder civil y solo se quita el uniforme de general en actividades protocolares.

Con excepción de Stalin, Mao, Pol Pot, la dinastía Kim, grandes artífices del terror comunista además de los Castro y el Che Guevara, y del mariscal Tito, quien tampoco se sometió a la disciplina partidista, en los restantes países comunistas los dirigentes buscaban el consenso en las materias más delicadas.

Fidel jamás. Se percibía a sí mismo con un genio y gobernó como Calígula a base de caprichos disparatados y crímenes. Sin reunir o consultar al Buró Político en 2002 ordenó al general-ministro Ulises Rosales desmantelar dos terceras partes de la industria azucarera (95 de las 156 fábricas). Despedazó la industria que fuera la azucarera del planeta durante unos 170 años, desde fines del siglo XVIII, hasta la llegada del castrismo.

Constitucionalmente Raúl Castro no es el jefe militar ¿y qué?

Otra expresión de la falsedad de la nueva Carta Magna es que en el artículo 121 nuevamente  establece que al Presidente del país le corresponde “desempeñar la Jefatura Suprema de las instituciones armadas”.

De manera que constitucionalmente Raúl Castro no es el jefe supremo de las  Fuerzas Armadas,  sino Díaz-Canel. ¿Quién se cree eso? ¿Se lo cree Díaz-Canel? ¿Quién le dice al General que ya no es el jefe militar de la “revolución” que él realizó  junto con su hermano?

Claro, la cúpula dictatorial no puede admitir legalmente que por encima de la Carta Magna está la élite militar, a la que además le importa un comino lo que diga el nuevo texto constitucional, pues se sabe por encima de todo. “De jure” la Constitución dirá una cosa, y “de facto” será muy diferente: el poder máximo del país radica en quien controla la élite militar. Ese es el verdadero jefe militar, Raúl Castro, quien será el número uno de la dictadura hasta que se muera, por deseo expreso de su hermano Fidel.

Y como tal seguirá al frente de la Junta Militar  que aunque se esconde tras bambalinas es la que “corta el bacalao”, como se dice en criollo. Tan en las sombras actúa que 8 de los 14 ó 15 altos oficiales que la integran no son miembros del Buró Político del PCC. No les hace falta.

Pero por si acaso, los seis generales y comandantes históricos que siendo miembros de la Junta Militar integran el Buró Político son los que deciden: Castro II, los generales de tres estrellas Leopoldo Cintras Frías, Alvaro López Miera y Ramón Espinosa, y los comandantes José R. Machado Ventura y Ramiro Valdés.  Los 11 civiles que completan el total de 17 miembros del BP, incluidos el Presidente Díaz-Canel y su vice, Salvador Valdés Mesa, escuchan, opinan si los dejan y aprueban  lo decidido por los militares.

Atar las manos de sus sucesores y aupar a los militares

Resumiendo el propósito de hacer otra Constitución comunista es el deseo de Raúl Castro y los históricos de  dejar atadas las manos de sus inminentes sucesores en el poder.  De cierta forma es el testamento político de Castro II, que quiere,  ya al final de su vida,  dictar el tenor  de los cambios que inevitablemente vendrán en el país. Y dejarlo todo amarrado nada menos que en una Constitución.

El General bloquea  así  técnicamente la posibilidad de que luego de 2021 aparezca entre los sucesores un “gallo tapao”  tipo Gorbachov  y haga cambios no incluidos en el esquema neocastrista ya diseñado, y descarrile el capitalismo de Estado militarizado. Y de paso quiere preservar el legado “revolucionario” de Fidel, el Moncada, la Sierra Maestra, Playa Girón, etc. Todo  encerrado con un candado constitucional.

La hibridación de capitalismo-Estado-militares, con fuerte tufo fascista, ha sido concebida  para los militares con el consorcio GAESA al frente, que ya controla el 75% de la economía y más del 90% del ingreso de divisas. Castro II y su Junta Militar con esta nueva Constitución desean impedir la competencia de los militares con un pujante sector privado que eventualmente podría barrerlos económicamente.

Esa intención se percibe en blanco y negro. En el texto original del proyecto de Constitución, el artículo 22 decía: “El Estado regula que no exista concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales, a fin de preservar los límites compatibles con los valores socialistas de equidad y justicia social

Pero en la versión que irá a referendo, ahora como artículo 30,  dice:  “La concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales es regulada por el Estado, el que garantiza además, una cada vez más justa redistribución de la riqueza con el fin de preservar los límites … “

Se cambió que “no exista concentración de la propiedad” por    “La concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales es regulada por el Estado”

En breve, el Estado resultante de la transición al neocastrismo sí permitirá que haya millonarios, pero solo los militares, sus familiares, o  quienes ellos decidan gocen de ese privilegio, todos ensamblados al esquema capitalista de Estado ya citado. Y sin competencia importante del sector privado, para el cual seguirán las prohibiciones, trabas, impuestos abusivos, confiscaciones y cárcel.

¿Una vía hacia el modelo chino o vietnamita? 

Hay algunos optimistas que se congratulan porque  el nuevo texto proclama “reconocer el papel del mercado” y el de “la propiedad privada”, y sugieren que eso apunta al modelo chino o vietnamita.

Efectivamente, ello podría ser la preparación del terreno para encaminar la economía, ya en ruinas, hacia una apertura al sector privado, en una primera etapa no tanto como en China o Vietnam, pero enrumbada en esa dirección. Lo que pasa es que eso es muy difícil que ocurra mientras no haya un nuevo liderazgo político y Raúl Castro y la gerontocracia estalinista estén fuera de juego.

Es simple, Castro II nunca va a admitir que Fidel  y  él se equivocaron y que el socialismo estalinista implantado en Cuba  fue un desastre.

La liberación de las fuerzas productivas en la isla es una necesidad desesperada y  obviamente ocurrirá. Pero hay que recordar que en China las reformas no las hizo Mao Tse Tung, ni en Vietnam fue Ho Chi Minh. En ambos casos los protagonistas fueron nuevos líderes no atados al nefasto pasado estalinista. Cuba no parece ser –hasta ahora– que vaya a ser la excepción.

Por: Roberto Alvarez Quiñones