¿Hay propiedad “no estatal” en Cuba?

El gobierno de Cuba afirma que sí permite el fomento de la propiedad “no estatal”, pero no de manera individual sino en cooperativas, sobre todo en los servicios como piqueras de taxis, restaurantes, barberías, peluquerías, etc. Se trata de una estrategia para impedir la expansión de la verdadera propiedad privada, la individual o empresarial.

La élite cívico-militar del Partido Comunista insiste en que la vía para el desarrollo de Cuba es fortalecer el sector estatal, con el apoyo “complementario” de algunas cooperativas y cuentapropistas, con drásticas regulaciones que les impidan acumular capital y crecer.

En las condiciones de la isla, con un sistema estatista extremo que ha hundido a los cubanos en la pobreza profunda, la creación de cooperativas en Cuba pareciera ser una buena idea, pues se salen del sector estatal y son un paso de avance en la dirección correcta.

Falso. Para empezar, en Cuba la propiedad de las cooperativas no agrícolas sigue siendo del Estado, que la renta o entrega en usufructo a los socios. Las organiza el propio gobierno y no sus socios por espontáneo acuerdo. El Estado las controla de manera enfermiza con regulaciones y una vigilancia cotidiana. La National Cooperative Business Association, que visitó Cuba en 2015, reportó que el 77% de las CNA de la isla eran “cooperativas inducidas“. Son restaurantes y cafeterías estatales convertidas por el gobierno en cooperativas, bajo su égida.

En otro informe de NCBA del año 2017 se reconoce que aunque no hay jurídicamente ningún impedimento para que las cooperativas en Cuba importen y exporten a Estados Unidos, las limitaciones del gobierno cubano regulan todo el comercio exterior. Por otro lado, la dualidad de monedas complica la eficiencia económica de cualquier empresa.

En fin, particularmente en Cuba las cooperativas son primas hermanas del socialismo. Federico Engels las consideraba vitales para la “gran cooperativa nacional de producción” comunista. Y Lenin en Pravda, en 1923, concluyó que “siendo la clase obrera ya dueña del poder (…)  en realidad, solo nos queda la tarea de organizar a la población en cooperativas“.

Pero lo importante aquí es que aun suponiendo que las cooperativas en Cuba fuesen libres y propietarias de sus negocios, desde la remota antigüedad la historia muestra que paradójicamente el cooperativismo frena el desarrollo económico y social, porque viola leyes de la condición humana, marcadamente individualista.

Las nuevas regulaciones establecen que el sueldo del socio que más cobra no puede ser más de tres veces mayor del que recibe el que menos cobra, “con el objetivo de garantizar la distribución justa y equitativa de las utilidades generadas”.

El individualismo es inherente a la condición humana

Hace 244 años Adam Smith resumió genialmente el secreto del éxito del capitalismo: “No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses”. O sea, por su intrínseca naturaleza individual el ser humano busca su propio beneficio, y al lograrlo, sin proponérselo beneficia a toda la sociedad.

Esa ley de la naturaleza misma nunca la entendieron (o se negaron a reconocerla) Karl Marx, el Che Guevara y Fidel Castro, cuyo hermano igualmente se niega a restablecer la propiedad privada, la palanca que, parafraseando a Arquímedes, mueve al mundo.

El cooperativismo ha sido la espina dorsal de las utopías y proyectos de sociedades ideales desde la más remota antigüedad. En Babilonia había cooperativas de servicios funerarios, y de seguros en la Grecia clásica y en Roma. Pero, ojo, eran cooperativas específicas,  no abarcaban toda la economía.

Platón en “La República” idealizó las cooperativas y la propiedad colectiva en su sociedad perfecta, la que le criticaba su discípulo Aristóteles, defensor de la propiedad privada individual “porque permite el desarrollo y facilita el progreso”.  Para Platón la sociedad ideal llegaría cuando “lo privado y lo individual han desaparecido” (Las Leyes), idea que 2,200 años después tomó Marx para diseñar su experimento social.

En los albores de la Revolución Industrial, socialistas utopistas propusieron sociedades paradisíacas basadas en el cooperativismo. El inglés Robert Owen (1771-1858) creó un sistema de producción de hilados en New Lanark, Escocia, con 2,500 obreros cooperativistas que vivían en una colonia comunitaria de corte celestial.

Charles Fourier y Leonard Sismondi intentaron hacer algo parecido, al igual que el también socialista francés Henri de Saint Simon.  Y antes, en el siglo XVI, los ingleses Thomas Moro con su “Utopía”, Francis Bacon con “La Nueva Atlántida”, o el italiano Tomaso Campanella con su “Ciudad del Sol”, ya habían sentado cátedra en cuanto a imaginarse sociedades idílicas basadas en el cooperativismo.

Ninguno de esos proyectos pudo prosperar, por su carácter contranatura. Si en un grupo de personas los más talentosos, productivos y esforzados en el trabajo tienen que sostener con el fruto de sus innovaciones, su abnegación y su trabajo de mayor calidad a los menos capaces o que no se esfuerzan, no hay incentivo para seguir poniendo ese “extra” innovador, ingenioso y eficiente que edificó el mundo moderno que hoy conocemos.

Se dan casos aislados de comunas y cooperativas exitosas como los kibutz en Israel, pero no hay país alguno basado por completo en la propiedad comunal. Si en el mundo hubiese primado el cooperativismo probablemente estaríamos hoy viviendo como en los tiempos de Gengis Khan (1162-1227).