Si alguien tenía dudas de que la Tarea de Ordenamiento raulista es el funeral, esta vez ya oficial –sin mascaradas ni más embustes– de la llamada “revolución socialista de los humildes y para los humildes” proclamada por Fidel Castro en 1961, solo debe poner atención a lo que respondió Marino Murillo a las quejas por el incremento de los precios de los servicios sociales que reciben los ancianos.
El encargado de cumplir la “tarea” citada dijo sin sonrojarse: “No todo puede ser responsabilidad del Estado cubano (…) tiene que haber también una responsabilidad de la familia. El que más y el que menos tiene un adulto en la familia”.
O sea, la familia del anciano es la que debe hacerse cargo de los gastos que implica mantener saludable y bien alimentada a una persona de avanzada edad que probablemente trabajó durante 45 años, o más. Ni en los regímenes más autoritarios e irresponsables un dirigente político se ensaña tan groseramente con los ancianos y sus familiares.
Y eso ocurre en un país cuya cúpula gobernante insiste en que construye una sociedad más justa en la que el Estado es la fuerza superior que lo rige todo.
El Estado que lo impide todo es el responsable, no la familia
Sí, el Estado castrista lo controla, y lo impide todo. Impide que haya un sector privado pujante que podría producir de todo y crear millones de empleos. Le confisca a cada trabajador gran parte del salario al pagarle menos de lo que le corresponde y lo asfixia con impuestos y precios al consumo desmesurados. Le impide a los cuentapropistas y campesinos que crezcan, y mete en la cárcel a quienes tienen éxito y sobrepasan el “tope” de ingresos establecido.
¿Pretender Raúl Castro a estas alturas emular con Poncio Pilatos, “lavarse las manos” y hacer creer que el problema de los ancianos no es suyo ni de su dictadura, sino de los familiares, cada vez más pobres y ya hasta pasando hambre?
La Constitución comunista establece que el Estado garantiza la Seguridad Social de que quienes trabajaron toda su vida y la de los ancianos desamparados que no tienen una jubilación.
Pamplinas. En un país con 1.000.671 jubilados y 185,000 beneficiarios de la Seguridad Social el régimen ni siquiera se dignó a investigar cuántos de esos viejos viven solos y no tienen familiares que los ayuden económicamente. Pero además, con el alza de precios generalizada los familiares que antes podían aliviar la vida miserable de sus ancianos ahora simplemente no pueden.
Pero la dictadura se desentiende y obliga a cada anciano a que busque quien le envíe dólares del extranjero, o le ruegue a familiares o vecinos que por compasión lo ayuden para no morir de hambre o por falta de medicamentos, ahora también a precios abusivos.
Harapientos y demacrados, jubilados malviven en la miseria
Antes de la terapia de choque decenas de miles de ancianos que trabajaron durante décadas ya estaban malviviendo deambulando por las calles o patéticamente tristes, muchas veces vistiendo harapos, sentados en aceras y portales para vender lo que podían, armaban, o encontraban .Otros buscan en los basureros, o piden limosna. Y muchos ya cansados, ya apenas con fuerzas, han tenido que emplearse otra vez para poder comer. Cuidan parques, bicicletas, son precarios artesanos, o tienen otros oficios. Eso ahora se va a agravar.
El gobierno esgrime que subsidia alimentos por la “libreta”, pero sabe de sobra que solo alcanzan para 10 o 12 días. ¿Y el resto del mes qué, sobre todo ahora con los precios por las nubes?
Pensión muy inferior a la de países pobres de la región
Esto contrasta con la historia misma de la ancianidad. Hace 4,500 años, en la Edad de Bronce, cuando llegar a 33 o 35 años era una proeza, los “viejos” eran la memoria que les permitía a los jóvenes conocer el pasado. Eran venerados como sabios, y por su experiencia eran brujos, sanadores (“médicos”) y educadores. Luego el Derecho Romano dio a los ancianos la condición jurídica de “Pater familias”, que era vitalicia y con autoridad ilimitada. En el Senado romano casi todos eran “entraditos en años”. Y en Esparta el poder estaba en manos de los ancianos.
Hoy en la inmensa mayoría de las naciones hay sistemas de seguridad social que, unos más, otros menos, se ocupan de los ancianos. El colmo es que en Cuba las pensiones de los jubilados son muy inferiores a las de los países de América Latina, incluyendo los más pobres.
Por ejemplo, en Paraguay la pensión promedio por jubilación es de 552 dólares mensuales; en Honduras, $566; Bolivia, $571, y en Argentina, con mayor desarrollo económico, es de $1,640 dólares.
Vergüenza les debiera dar a Raúl Castro, a Murillo y sus jefes, que el Estado del cual ellos chupan recursos millonarios y viven la “dolce vita” abandone a su suerte a los empobrecidos ancianos cubanos.