El viejo adagio de que una imagen vale más que mil palabras, frase atribuida al escritor noruego Henrik Ibsen (1828-1906), se cumple de manera impresionante en Cuba.

Las fotos y videos que ya hoy sí salen de la isla hacen añicos los “logros de la revolución”. Detengámonos en las bodegas de barrio:  vacías, destartaladas y sucias. Nada expresa mejor la pobreza, el hambre y el atraso social en que han sido sumergidos los cubanos. Son imágenes muy tristes.

El bodeguero de hoy bien puede repetir aquello de “hoy sombra de mí no soy” del poema de Luis de Góngora dedicado al marqués Flores de Avila hace exactamente 400 años. El castrismo transformó la bodega en un sitio estatal desvencijado para vender solo raciones de hambre de apenas 10 o 12 alimentos, mediante una cartilla de racionamiento que ahora en marzo cumple 60 años.

¿Saben los cubanos de hoy cómo eran las bodegas “de antes”?

La inmensa mayoría de los cubanos de hoy no tiene idea de lo que era una bodega antes del comunismo: una institución muy peculiar integrada al paisaje criollo y a la cubanía misma. Tanto, que en los años 50 el cha-cha-cha “El Bodeguero” dio la vuelta al mundo en la voz de Nat King Cole. Bodega en Cuba no significa bodega de barco o lugar para guardar vinos. Por eso Fernando Ortiz decía que era un cubanismo.

Además de comercial la bodega tenía una función social. Ahí coincidían vecinos del barrio que conversaban de aspectos familiares, noticias, criticaban al gobierno, o de por qué el Habana perdió con el Almendares.

Se vendía arroz, granos, papas, jamón, quesos, confituras, café, aceite, y muchos otros alimentos. También champú, cuchillas de afeitar, jabón, detergente, desodorante, talco, polvo facial, perfumes baratos, betún y cordones de zapato, papel y sobres para cartas, curitas, hilos y agujas, limas y pinturas de uña, brillantina para el cabello y muchos otros productos necesarios en todo hogar.

O sea, abastecían a las familias de la canasta básica, excepto carnes pescados y vegetales frescos, que se compraban en carnicerías, pescaderías y las “placitas”. Había cartuchos de hasta 25 libras, y papel parafinado para envolver manteca, jamón, chorizos, aceitunas, pasas y alcaparras. Casi todas contaban con una barra en la que se podía jugar al cubilete y comer “saladitos”. Tenían mensajeros para llevar las mercancías a domicilio.

En Navidades el bodeguero obsequiaba a sus “marchantes” (así le llamaban muchos bodegueros a sus clientes habituales, palabra de añejo origen en España) sidras, botellas de vino, o turrón español. Si un cliente necesitaba hacer efectivo un cheque el bodeguero lo hacía, o le prestaba dinero y lo anotaba en la cuenta del consumidor, pues las “facturas” semanales (canasta básica) por lo general se pagaban mensualmente. El bodeguero les “fiaba”, les concedía crédito a sus clientes y anotaba en una libreta lo que cada uno debía.

La “revolución” convirtió la bodega en cartilla de racionamiento

Así fue la clásica bodega cubana hasta la llegada del socialismo, sobre todo hasta el 13 de marzo de 1968, cuando Fidel Castro sovietizó totalmente la economía nacional. Estatizó las 11,878 bodegas de la isla, como parte de los 57,280 pequeños negocios privados que confiscó o eliminó. Y calificó a los cuentapropistas de “holgazanes”, que ahora son “parasitos” según la ministra de Finanzas, Meisi Bolaños.

¿Qué abastecen hoy las bodegas? Según cifras oficiales: siete libras de arroz, medio litro de aceite, media libra de frijol negro y media de frijol colorado (cuando lo hay), seis libras de azúcar blanca, y tres de azúcar sin refinar, una libra de pollo, diez huevos, un paquetico de café de 4 onzas, y 30 panecitos redondos de 80 gramos cada uno. Los demás productos de la canasta básica, y de aseo personal e higiene, etc, hay que comprarlos en dólares, cuando aparecen.

Esas cuotas mínimas de alimentos no alcanzan ni para una semana, y comiendo muy poquito, 10 días. Pero eso es lo que es capaz de garantizar la “revolución socialista” a cada cubano.

Protestas van rescatando función social de bodegas de antaño

Para alimentarse el resto del mes hay que “inventar”. Sumergirse en el mercado negro. Incluso los pocos que tienen dólares ya tampoco pueden comprar alimentos en las “shopping”, porque son demasiado caros y porque escasean cada vez más. Otra solución es robar ganado, o lo que aparezca en las empresas estatales.

Pero precisamente la escasez de alimentos está comenzando a rescatar paulatinamente la función social de las bodegas de antes de los Castro. Además de protestas en las colas frente a tiendas dolarizadas por los altos precios y la escasez, también ya se producen protestas en las bodegas de personas indignadas porque no hay los alimentos que les “tocan”.

Si no se abre la economía al sector privado el hambre se va a agravar. Habrá menos productor en las bodegas, y las protestas van a aumentar. Así puede que las bodegas comiencen a rescatar la función social de antaño, pero ahora políticamente desestabilizadora para la dictadura.