No hay paradoja mayor que preguntarse si una revolución es revolucionaria. Pero la interrogante es válida. En los últimos tres siglos la historia muestra que si no es liberal, la revolución es su antítesis: retrógrada.
¿Revolución cubana?
Contrariamente a lo que “enseñaba” Fidel Castro, y sigue diciendo la propaganda castrista, solo son progresistas las revoluciones que promueven libertades individuales y crean instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del mercado.
La última en grande fue la Revolución Francesa (1789-1799), aunque a un costo de sangre injustificable (40,000 guillotinados). Y las últimas en general ocurrieron en 1848 en Francia, Alemania, Italia, Austria, Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Dieron el golpe final a las monarquías absolutas reinstaladas durante la Restauración post-napoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) inglesa se expandiera por toda Europa.
Y es que no es revolucionario restringir libertades e imponer al Estado como empresario, mayoritario o único, un protagonismo estatal en la economía y la vida cotidiana, y someter a los ciudadanos a un Estado “sabio”, omnipotente y omnipresente, que piense y actúe por él.
Con muy raras excepciones, las revoluciones desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron curar. Empezando por la Comuna de París (1871), que no otorgó más libertades o las institucionalizó, sino que las suprimió. Fomentó la inviable autogestión y el cooperativismo en las fábricas y estableció el primer gobierno anticapitalista del mundo. De haber triunfado (duró solo 60 días) se habría impedido el desarrollo capitalista extraordinario que alcanzó Francia después. La Revolución Francesa habría sido inútil.
Desde aquella intentona contrarrevolucionaria (eso fue la Comuna de París), las revoluciones cojean de la misma pata: estatismo socializante, populismo demagógico y retrógrado, nacionalismo-chovinista. Pisotean los derechos humanos y empobrecen a los pueblos.
Ninguna revolución en casi 200 años ha traído prosperidad
Para progresar las naciones no necesitan revoluciones, ni héroes, sino libertades e instituciones que las canalicen. Por eso hace 172 años que la gente no vive mejor luego de una revolución social, sino igual, o peor. Los explotados de antes pasan a ser esquilmados por los líderes “revolucionarios”, convertidos en casta gobernante privilegiada que vive opulentamente a expensas de los trabajadores.
No ha habido nunca revolución nacionalista, populista, fascista, comunista, o teocrática, que haya traído la prosperidad que obtuvieron otros pueblos por vías no traumáticas. No hubo revoluciones en los actuales países que integran el Primer Mundo desarrollado.
Luego de la Primera Guerra Mundial, sin una revolución devastadora como la bolchevique que causó la muerte de millones de rusos, en Europa Occidental se cumplieron todas las exigencias que hacían en Rusia los hambreados trabajadores y campesinos en 1917: mejores condiciones de trabajo, jornada de 8 horas, aumento de salario, fin de los abusos de la patronal, seguro por enfermedad, descanso retribuido, crecimiento económico, etc.
En Cuba no hacía falta ninguna revolución social
En Cuba no hacía falta una revolución social “a causa de la pobreza y la explotación imperialista” como dicen hoy los textos de las escuelas. Falso, era uno de los países con más alto nivel de vida en América Latina, según datos de la ONU. El ingreso per cápita cubano duplicaba al de España. En varios indicadores Cuba superaba a varias naciones de Europa. Pero Fidel Castro para perpetuarse en el poder convirtió la rebelión antibatistiana en revolución comunista.
El pueblo cubano es hoy unos de los más pobres y atrasados del continente. En la isla se violan los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hay libertades políticas, económicas, sociales, ni culturales. Quienes critican al régimen son apaleados y encarcelados. Los prisioneros políticos son torturados.
En los últimos 110 años en América Latina ha habido cinco revoluciones sociales y todas antiliberales: dos nacionalistas estatistas, la mexicana, que terminó poniendo fin al liberalismo instaurado por Benito Juárez medio siglo antes, y la boliviana de 1952; la comunista cubana, la sandinista en Nicaragua, y la chavista en Venezuela. Cuatro de ellas derivaron en dictaduras militares, y la quinta de hecho devino autoritarismo “light” civil, pues un solo partido político, el PRI, estuvo en el poder durante 70 años.
La revolución castrista integra la negra historia del siglo XX, en el que revoluciones comunistas causaron la muerte a 100 millones de personas en 35 países, y revoluciones fascistas mataron decenas de millones, en la Segunda Guerra Mundial provocada por ellas, o asesinados.
Ahora con el coronavirus, al castrismo también habrá que anotarle las consecuencias de una eventual catástrofe humanitaria por una pandemia que no supo, o no quiso evitar.