Miles de cubanos —civiles y militares— se preguntan por qué su Gobierno los empuja hoy a matar y morir en Venezuela. ¿Internacionalismo? ¿Solidaridad? ¿Entre que “revoluciones” y “pueblos”? ¿Enfrentar una intervención extranjera? La única que existe desde hace casi 20 años es la cubana.
No solo quedan pocos días a los militares venezolanos para tomar la decisión existencial más importante de sus vidas. También a los cubanos atrapados allí en una misión tan innoble como irracional. Pretender que están allí para salvar a Venezuela de los venezolanos es inaceptable.
Después de sesenta años de empobrecimiento y abusos en Cuba y de presenciar dos décadas de destrucción en Venezuela, muertos los falsos profetas del paraíso socialista en ambos países, la realidad es demasiado abrumadora para que pueda diluirse bajo el peso de las gastadas consignas ideológicas que les vienen del siglo pasado. Están allí para, llegado el momento, matar; no para ayudar ni sanar a la nueva mayoría de millones de venezolanos que repudian a Maduro y el apoyo que les brinda La Habana.
Recibir órdenes para disparar contra ciudadanos de otro país es un acto criminal y una agresión internacional. No tiene nada de épico ni glorioso. ¿Qué contarán sus familiares a los nietos? ¿Abuelo murió en Venezuela disparando contra una caravana de ayuda humanitaria para un pueblo hambriento y sin medicinas? ¿Podrán comprender por qué, si es que llegana sobrevivir, fueron tratados judicialmente como criminales asociados a un narcoestado y no como prisioneros de guerra? La Convención de Ginebra sobre las obligaciones en el trato y protección a los prisioneros de guerra no es aplicable a esta situación, sino la Convención de Palermo contra la Delincuencia Organizada Transnacional. Es bueno que lo sepan a tiempo.
Los cubanos que prestan servicios en diferentes misiones en Venezuela conocen mejor que nadie que allí no hay ya ninguna “revolución popular” y que el Gobierno está formado por un puñado de ladrones y narcotraficantes que ahora arman a presos comunes y delincuentes porque no tienen el apoyo de la inmensa mayoría de los ciudadanos y no confían en sus propios militares. Sin embargo, Maduro y su pandilla confía en que Raúl Castro dará la orden para que los cubanos le hagan el trabajo sucio. ¿Lo van a hacer? ¿Van a embarrarse de sangre para que una oligarquía en Cuba y Venezuela siga traficando droga y sus hijos viajen rodeados de lujo por el mundo? ¿Hay algo heroico en inmolarse para que las familias de apenas un centenar de personas en Cuba puedan seguir ordeñando las riquezas venezolanas? No lo creo.
La orden de “luchar hasta la muerte” significa, en realidad, “matar hasta que te maten”. Y esa posibilidad es alta. Altísima.
Si esa orden finalmente emanara de Cuba, no encarnará “el mandato de la Patria”, sino de un reducido grupo, privilegiado y criminal. Es una orden a la que los cubanos en Venezuela no deben prestar “obediencia debida”. Todavía tienen opciones. Pero el tiempo se les acaba. Dentro de unos pocos días sus caminos se bifurcan y no hay marcha atrás.
Pueden acogerse a la generosa oferta del presidente Juan Guaidó para salir de las fuerzas armadas o cargos de dirección que les asignaron y quedarse en Venezuela a reconstruir el país. Pero para eso no pueden haber cometido crímenes contra el pueblo venezolano.
La orden de no disparar contra quienes traen alimentos y medicinas a los venezolanos fue dada también por Juan Guaidó para los cubanos. Es una orden del único legítimo presidente y comandante en jefe de Venezuela en este momento. Los cubanos que están allí —civiles y militares— deben tenerlo presente.
Sobre todo, los militares cubanos deben saber que, en la coyuntura en que los han situado, solo deben rendir “obediencia debida” a su conciencia.