La culpa de la gran escasez de café en la isla la tienen los propios cubanos por tomarlo demasiado.
Esa fue, en síntesis, la respuesta del castrismo a las quejas de la población de que ya ni un buchito de café se puede tomar. El aromático néctar, incrustado en el ADN de la cubanía, ha desaparecido del mapa.
Y cuando milagrosamente reaparece en algunas tiendas dolarizadas el precio de una bolsa de 1,000 gramos de café es de 14.45 dólares, o sea, el 40% del salario mensual promedio de 36 dólares. Es como si en EEUU esa bolsa costase unos $1,600 dólares
A quien le ordenaron esta vez que diera la cara fue a Antonio Alemán Blanco, director general de la Empresa Cuba-Café. Entrevistado por el sitio oficial Cubadebate dijo sin sonrojarse que la falta de café se debe a dos causas: 1) la gente con la pandemia del Covid-19 está más tiempo en la casa y toma más café; y 2) el “bloqueo” de EE.UU impide “importar cierto nivel de materia prima” para la preparación del producto.
Café que no es café
El funcionario no aclaró si la materia prima que afecta el “bloqueo” son chícharos u otros granos. Son necesarios para mezclarlos en un 50% con café de verdad, lo cual viola la norma mundial establecida por la Organización Internacional del Café (OIC) de que todo café con más de un 5% de mezcla con otros granos no puede llamarse café.
Tampoco Alemán dijo que el consumo nacional de café en Cuba es de unas 26,000 toneladas y la isla apenas produce entre 5,000 y 8,000 toneladas, no las 60,000 toneladas que producía hace 60 años. Y menos explicó por qué tan bajísima producción, algo que sí fue explicado y vaticinado hace mucho tiempo.
En octubre de 1966 un grupo de estudiantes de Periodismo, incluyendo el autor de este artículo, pasamos un mes en las zonas montañosas cafetaleras de la Sierra Cristal, en Oriente. De unos 40 campesinos cafetaleros que entrevisté acerca de si deseaba integrarse en cooperativas con otros colegas para aprovechar mejor los recursos y aumentar la producción, uno solo me dijo que lo iba a pensar. Los demás dijeron que nunca lo harían, al menos voluntariamente.
Advertencia campesina: El Estado hundirá la caficultura
Lo más trascendente de todo fue que muchos de ellos hicieron un pronóstico que resultó profético: con los controles implantados por el Estado y el muy bajo precio que les pagaban por cada lata (44 libras) de café, la producción se iba a derrumbar.
Y efectivamente se derrumbó. En 1960, último año del capitalismo en Cuba, en las 167,000 hectáreas cultivadas por caficultores particulares se produjo un millón de sacos de 60 kilogramos (una tonelada métrica de café equivale a 16.67 sacos de 60 kilogramos), o sea, 132.2 millones de libras.
Pero en 1979 ya la cifra fue de 13,117 toneladas de café. Y desde hace más de tres décadas la producción jamás pasa de las 8,000 toneladas. Hoy la producción oscila entre 13 y 15 millones de libras anuales para el doble de habitantes que en 1960.
Por la libreta se le entrega a cada persona 115 gramos mensuales, pero como la mitad son chícharos tostados, lo que toma de café son 57.5 gramos. Compárese eso con los 828 gramos per cápita de café puro mensuales de 1958.
Actualmente hay en producción 67,000 hectáreas de café, es decir, 100,000 hectáreas menos que hace 60 años, y con rendimientos de entre 0.11 y 0.13 toneladas por hectárea, un tercio, o menos, que el promedio de entre 0.36 y 0.40 toneladas en 1958, según datos oficiales.
Durante 160 años Cuba tuvo fama mundial por exportar uno de los mejores cafés del mundo. Pero llegó la plaga de los Castro y el país pasó a ser importador neto de café barato. Y con la crisis actual, ni eso pueden comprar. En otras palabras, el régimen castrista-estalinista es el único responsable de que no haya café. Destruyó la formidable agricultura cafetalera que databa de fines del siglo XVIII.
Liberar a los caficultores y pagarles precios justos
¿Cuál es la solución? La única es que el Estado libere a los campesinos caficultores de controles, y regulaciones absurdas; que les pague lo que ellos consideren justo para cubrir costos, obtener ganancias y poder invertir en sus cafetales para mejorar los rendimientos y producir más. Y que se entreguen tierras, con su título de propiedad, a cuanto cubano quiera dedicarse a producir café.
Si los cientos y cientos de millones de dólares que ha gastado durante décadas la dictadura en importar café robusta de mala calidad los hubiera invertido en pagarles bien a los campesinos, sin acogotarlos estatalmente, no habría escasez de café. Y es eso lo que tienen que hacer, ya, desde hoy mismo.
Solo así los cubanos podrán cantar y bailar de nuevo con la rítmica y deliciosa pieza popular clásica de “Ay, Mamá Inés”, del inmortal Eliseo Grenet .