Que la casta gobernante cubana no quiere imitar las reformas chinas está claro, por su reticencia a dar los pasos que, en aquella nación, proporcionaron resultados económicos, mejoraron espectacularmente el bienestar de la población, e incluso auparon derechos individuales aun en contexto de dictadura política.
También es obvio que el castrismo se resiste porque ha calculado que, en las condiciones específicas de Cuba —sociología, geografía, demografía— no es conveniente para la cúpula un enriquecimiento rápido de la población. La pirámide de poder depende, en gran medida, de mantener inerte a la población civil, pobre y descoordinada, dependiente del Estado.
No obstante, necesitados de ingresos externos que compensen la improductividad congénita del sistema económico castrista, copiando una estrategia política similar a la que siguió la nomenclatura china a finales de los 70 —tratar de mantener el desarrollo económico en enclaves aislados de la población y de las burocracias locales—, el castrismo inauguró en 2013 la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM), a imagen y semejanza de las Zonas Económicas Especiales (ZEE) chinas, que fueron y son uno de los pilares del renacer de aquel país.
Las ZEE tienen reglas específicas, principalmente en cuanto a condiciones de inversión, comercio internacional, aduanas, impuestos y regulaciones administrativas. Intentan crear un ambiente de negocios liberal (desde una perspectiva política-económica) y efectivo (desde una perspectiva administrativa). A diferencia de las Zonas Francas, las ZEE son más abarcadoras, ofreciendo incentivos no solo para manufacturas, sino también para agricultura, turismo, comercio, finanzas, desarrollo inmobiliario e innovación tecnológica.
En concreto, las ZEE tipo chinas, como la del Mariel, intentan convertir una pequeña porción de un país históricamente refractario al libre mercado y la propiedad privada, en un oasis para la inversión extranjera directa, donde el socialismo se pone en pausa y se permite funcionen las leyes del mercado. Habitualmente, su éxito se mide por la cantidad de inversión que logran atraer.
La primera ZEE inaugurada en China fue la de Shenzhen, en 1980. En 1982, aquella ciudad era ya tan atractiva que concentraba el 50,6% de la inversión extranjera del país, quintuplicaba el ingreso de sus habitantes y había construido más de 300 fábricas. Durante el primer lustro, el crecimiento del PIB local superó el 50% anual. El éxito fue tal que, en los nueve años posteriores, China replicó la experiencia en otros 24 enclaves, y no pequeñas zonas, sino en provincias y áreas geográficas incluso más grandes donde se han multiplicado las ZEE.
La primera ZEE inaugurada en Cuba, la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM), después de nueve años sigue siendo la única zona del país con esas características, y es lógico que así sea, pues allí apenas hay aprobados 62 negocios, aunque solo funcionan 36, y de los 22.000 millones en inversión —2.500 millones anuales— que se suponía que la ZEDM atraería, a estas alturas solo hay 3.000 millones de dólares “comprometidos”, y los concretados apenas superan un tercio de esa ínfima cantidad. Cada año se ha invertido 25 veces menos de lo esperado cuando se promovió la inauguración de la ZEDM.
¿Se nota la diferencia entre la primera ZEE cubana y la china? Por más que Raúl Castro visite personalmente el Mariel y diga que “va caminando, hay mucha más experiencia, va bien”, no, no va bien, al menos en términos económicos… porque en términos políticos sí se ajusta a la estrategia raulista.
El Gobierno de Raúl Castro, directamente o mediante testaferros, ha consistido en una caterva de reformas económicas aparentemente aperturistas, pero que son solo un espejismo para ganar tiempo manteniendo al pueblo creyendo que se evoluciona hacia un país “más normal”, mientras el Gobierno acomete un “cambio fraude“: transformar el fracasado e insostenible socialismo fidelista en un sistema mercantilista sustentado por una base de privilegiados económicos con conexiones políticas —futuros oligarcas que aún están tapados—, donde el poder real se mantenga en la aristocracia político-militar actual.
Han creado una ZEE, sí, y además han actualizado la normativa de inversión extranjera ofreciendo condiciones fiscales y laborales ventajosísimas, financiamiento, acceso a sectores vedados para nacionales, un mercado cautivo de 11 millones de consumidores, protección contra la competencia extranjera y agilidad en una Ventanilla Única.
Todo eso hacen para aparentar que, efectivamente, Cuba se abre al mundo, pero el resultado real es que, de 400 empresas que en 2016 estaban interesadas en invertir en la ZEDM —no sabemos cuántas más habrán estado interesadas en años posteriores—, el Gobierno solo ha aprobado 62, de las que, como dijimos, apenas funcionan 36.
Se demuestra que el problema no es que por culpa del embargo norteamericano llegue poca inversión extranjera a la Isla. ¡Qué va! El problema real es que, de la inversión que llega, el castrismo bloquea más del 90%, rechazando a cientos, sino a miles de empresas dispuestas a traer desarrollo y bienestar para el pueblo cubano.
Cuba cambia, sí, pero mientras a los cubanos les hacen creer que el Gobierno intenta cambiar hacia algo mejor para el pueblo, una economía más libre y moderna, la verdad es que el cambio es hacia algo mejor para el Gobierno.
Publicado originalmente en Diario de Cuba