Durante milenios, y hasta los años 70 del siglo XX, millones de chinos nacían y morían sin tener idea de que en el mundo había otros seres humanos sin los ojos rasgados. En Cuba miles de ciudadanos han nacido y muerto en los últimos 60 años sin saber cómo se compra algo en una tienda en la isla sin preguntar “¿Quién es el último?”
Los chinos, porque percibían a su país como el “ombligo del mundo”, y encerrada en sí misma China estaba aislada del resto del planeta. En Cuba, porque las colas y los coleros se han enraizado en la cultura nacional desde que asaltaron el poder los Castro Ruz y el Che Guevara.
Hay colas en la isla porque el sistema estatista comunista impide que la agricultura y la industria sean capaces de producir alimentos y bienes de consumo suficientes, ni de generar divisas para importarlos.
El colero, pues, es un efecto y no la causa del problema, netamente marxista-leninista. No obstante, el periódico Granma hace unos días volvió a definir a los coleros como “una perjudicial especie, difícil de erradicar“. Y atribuyó la escasez de productos y su carestía, no a la improductividad socialista, sino al “incremento de las medidas de bloqueo y la pandemia”.

¿Había colas interminables en Cuba antes de los Castro Ruz?

¡Pamplinas! Las colas y coleros son una enfermedad congénita del castrismo-comunismo y no tiene cura, a no ser que se desmantele de raíz ese sistema contra natura. ¿Había colas interminables y coleros antes del castrismo? ¿Las hay en Costa Rica?
Al grano. El régimen de Raúl “El Cruel” hace unos días eliminó las brigadas de Lucha Contra Coleros (LCC), creadas poco dos años atrás con bombos y platillos, para sustituirlas con personas más “decentes” y” “respetables”. ¿Que ocurrió? que acogotados por el hambre y sus tantas necesidades primarias insatisfechas las brigadas LCC se dedicaron a malversar (robar) alimentos y artículos de primera necesidad, que nunca llegaron a los consumidores.
Las inicialmente muy alabados brigadistas LCC terminaron siendo mafias profesionales que operaban incluso en los comercios de comunidades enteras y no solo en las tiendas asignadas.

Desde el gobernador provincial hacia abajo todos lucraban

Los consumidores se quejaban de aquel cambalache ya sin disimulo, pero las “autoridades” del PCC, el Poder Popular y el MININT no hacían nada, pues desde el gobernador provincial hacia abajo llegando a policías y chivatos de fila estaban beneficiándose y lucrando con tan boyante comercio “por la izquierda”.

Dos años después el régimen admite que las LCC fueron un fiasco, y en vez de ir a las causas del fracaso sigue en su desconexión de la realidad, y promete aquello de “ahora sí vamos a construir el socialismo”. Afirma que ahora sí se va a acabar con el acaparamiento porque se recurrirá a personas ‘de prestigio y autoridad en la comunidad’ para controlar ‘la cantidad de productos que recibe diariamente el establecimiento’.
Le cambian el collar al mismo perro represor. Y más temprano que tarde esas “personas de prestigio y autoridad” robarán todo lo que esté a su alcance. Por “decentes” que sean, tienen hambre y sus salarios no alcanzan ni para adquirir un 50% de la canasta básica familiar.

Los 22,000 represores se convirtieron en mafias acaparadoras

Fue lo que ocurrió con las LCC. En agosto de 2020 el primer ministro Manuel Marrero anunció el reclutamiento de más de 22,000 personas entre policías, soldados de las FAR, burócratas del PCC y de los gobiernos locales, y miles de chivatos de los CDR, la FMC, y la CTC. Se crearon 3,054 brigadas para controlar las colas en 2,979 tiendas.
Pero rápidamente el “presidente” Díaz-Canel con su torpeza habitual desveló la verdadera misión de dichas brigadas (con siete represores promedio, a sueldo): “las calles en Cuba son para los revolucionarios y para el pueblo trabajador”. O sea que su misión principal era impedir las muestras de descontento de la población, que ya se atreven a protestar abiertamente en las colas.
Muy pronto el diario “Granma” reveló que 1,285 coleros habían sido sancionados y que muchos estaban en prisión por “acaparadores”. Pero la prensa independiente informó que casi todos fueron encarcelados por protestar, hablar mal del gobierno y sus dirigentes.
¿Y qué ocurrió después? Los brigadistas pronto se convirtieron en los peores acaparadores y revendedores del país, pues actuaban, como vimos, en complicidad con administradores y empleados de las tiendas.

Los coleros no roban, son comerciantes minoristas clandestinos

Y muy importante, los coleros no roban al Estado. Son en verdad comerciantes minoristas callejeros que compran para luego revender. Eso no es delito. Comprar a un precio y vender a otro más elevado fue la génesis del comercio en Mesopotamia hace unos 4,000 años. Y el colero que vende su turno beneficia a personas que no pueden hacer la cola.
Lo que sí es un delito, además de una gran inmoralidad, es encarcelar a coleros que no han robado nada mientras los vividores jerarcas de la dictadura y sus familias malversan a manos llenas de todo al Estado, comen opíparamente, gozan la “dolce vita”, y se van a vacacionar a Europa, incluyendo cenas homéricas hasta en el exclusivísimo restaurante Jules Verne de la Torre Eiffel.