Cuando nos preguntamos cuándo se han de rebelar los cubanos contra las humillaciones que impone el totalitarismo castrista, pensamos en una rebelión masiva y violenta, capaz de desplegar una energía tal que pudiera liquidar rápidamente el sistema político que los oprime. Nuestro modelo preferido es frecuentemente el de la toma de la Bastilla o una nueva guerra de independencia con cargas al machete y todo lo demás. Y cuando algo así no sucede, nos planteamos todo tipo de dudas acerca de la naturaleza de los cubanos que viven en la isla, su valor personal, su grado de docilidad o su nivel de aceptación del castrismo.
Al pensar así, omitimos dos hechos incontrovertibles.
Uno es que el régimen se desarrolló y consolidó por medio de una verdadera tecnología moderna de la opresión, la cual ha neutralizado eficazmente los desafíos al poder absolutista de Castro.
El otro hecho es que a pesar de la eficacia del totalitarismo, los cubanos siempre han encontrado muchas formas de rebeldía, lo cual es un tributo a la capacidad de los cubanos para luchar por la libertad. De las formas de rebeldía, las más heroicas y admirables son aquéllas que abiertamente desafían al gobierno y por las cuales sus autores pagan un alto precio. Observe el lector que esta rebeldía ha estado ocurriendo en Cuba por cuarenta y cinco años y ha estado distribuida con aparente homogeneidad a lo largo y ancho del país. Uno puede pensar que si toda esa energía opositora se hubiera concentrado en un espacio y en algún punto en el tiempo, habría podido derribar al gobierno.
LA REBELDÍA ECONÓMICA
Pero además de las formas más heroicas de rebeldía, hay otras manifestaciones ciudadanas en busca de la libertad que sin ser heroicas son masivas. Me refiero a la rebeldía económica que los cubanos han mostrado desde el primer momento en que sintieron que sus libertades se veían restringidas por el gobierno. La rebeldía económica se mide por el conjunto de actividades relativas a la producción y distribución de bienes y servicios que realizan los ciudadanos contra los designios oficiales.
Los ejemplos son innumerables: transacciones de mercado negro, hurto de bienes bajo la custodia del estado, trabajo por cuenta propia no autorizado, ausentismo del centro de trabajo, bajo rendimiento (productividad) en el trabajo, negligencia en el uso de los bienes de capital del gobierno (maquinaria, equipos, instalaciones, plantaciones, etc.) y desorganización general de los procesos productivos y distributivos de la economía nacional.
Decir que estas actividades destruyen la moralidad de los que las practican es equivalente a acusar a un prisionero de campo de concentración de robar comida para subsistir. Estas actividades se reportan continuamente desde la isla por los periodistas independientes. En un despacho reciente sobre la economía informal, Tania Díaz Castro nos describe cómo se vende “lo que antes de 1959 se podía obtener en los establecimientos públicos a precios accesibles: paquetes de caramelos, escobas, colchones de cama, muebles, cigarros, chancletas para el baño, huevos, pescado, café, paquetes de algodón”. Todo esto constituye una verdadera rebelión de gran envergadura, pero no una violenta, estrepitosa y heroica sino una silenciosa, pacífica y profana, resultado de la voluntad humana y del interés perpetuo del individuo por tener libertades que le permitan velar por su bienestar.
Frente a esta insistencia ciudadana en búsqueda de libertades económicas, el gobierno cubano ha tenido que ceder, limitándose a molestar a los protagonistas y restringiendo sus actividades con multas y decomisos, pero impedido en la práctica de usar la severidad con que ha reprimido a los rebeldes políticos.
La rebeldía del cubano en lo económico refleja las prioridades de la mayoría, conjuntamente con sus capacidades de actuar dentro de los estrechos espacios que encuentra. Además, el gobierno, a pesar de su vocación absolutista y su método despiadado no puede ejercer un totalitarismo perfecto, dejando espacios que no puede controlar. Estas dos consideraciones tienen importantes implicaciones estratégicas para combatir al régimen. Aunque es esencial denunciar las violaciones a los derechos humanos, las mismas afectan directamente a una minoría de la población, mientras que la mayoría está más preocupada por cuestiones más mundanas como comer todos los días.
Por otra parte, la represión política ha sido tan eficaz que el número de presos políticos es relativamente bajo a los ojos del mundo, lo cual se interpreta equivocadamente como que muchos cubanos aceptan al régimen castrista. Sin embargo, a pesar de que la represión económica no ha tenido el mismo éxito que la política, la primera ha sido suficiente para reducir a los cubanos a la indigencia y mantenerlos ocupados luchando por su alimentación diaria sin tiempo para pensar en libertades más trascendentes. Por lo tanto, es importante que el mundo conozca no solamente las violaciones a los derechos humanos más elevados y los abusos del presidio político castrista contra una minoría heroica, sino la lucha diaria, constante y sorda de la mayoría de los cubanos por una subsistencia mínima.
EL DERECHO A LA SUBSISTENCIA
El derecho a la subsistencia tiene prioridad sobre otros derechos. Sin que ese derecho se respete, los demás no cuentan.
El mundo debe saber que la inmensa mayoría de los cubanos lleva casi medio siglo en estado de rebelión permanente contra su gobierno, en las pocas formas que le han quedado para hacerlo, como si fueran prisioneros de un campo de concentración.
Este artículo forma parte del libro
CUBA: DECADENCIA Y REHABILITACIÓN
del economista Jorge A. Sanguinetty