Esta semana el humor no es amargo, es amarguísimo. Mas que amargo es un humor triste y de indignación.

“Vergüenza tenemos que tener nosotros de seguir apoyando [este sistema]”, expresó una activista donde muestra en un video una panorámica de edificios precarios, desconchados y despintados.

En la Habana Vieja tres niñas fueron aplastadas al derrumbarse un balcón. Pero nadie se siente responsable.

En cualquier país civilizado del mundo, la muerte de tres niñas es mirada con lupa por las instituciones encargadas de preservar el bienestar social. O en última instancia, eso que se llama la vida.

Solo cuando no cupiera duda alguna, tras una investigación exhaustiva, de que la muerte de tres niñas en un mismo incidente fue producto de un imponderable, una desgracia accidental o imposible de prevenir, las instituciones lamentarían la pérdida y nada más.

Un balcón que se cae y mata a tres niñas no es un imponderable del destino. No es un accidente. Por el contrario, es una circunstancia tan previsible que aquellos cuya negligencia hizo posible la tragedia deberían estar ahora mismo en la cárcel. De manera express.

El problema es a quién responsabilizar.

Porque los primeros eslabones de la cadena serían los obreros demoledores que tardaron más de lo debido en acabar con la estructura, los inspectores que no inspeccionaron, los señalizadores que no aislaron el área. Pero el día en que se empiece a castigar a esos eslabones débiles, nadie sabe qué pueda pasar. Cómo se puedan revirar contra los verdaderos culpables.

Entonces, mejor la impunidad. La culpa que sea de nadie y de todos. Esa es la suerte de pacto que rige el caos en países donde las instituciones se quedan en el esqueleto como monigotes sin lana dentro.

Un balcón que mata a niñas sin que haya indignación nacional es sintomático. Es un perfecto termómetro de degradación social a la vista de todos.

Un balcón que mata niñas sin que haya horror en cada periódico, en cada noticiero, en cada voz de un locutor radial, sin que se exija que alguien pague por esto, desnuda a dónde puede llegar el salvajismo en una sociedad cuando se anula el rol de las instituciones y se impide el estado de derecho.

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