Nicolas Maquiavelo sostenía que “Gobernar es hacer creer”, Joseph Goebbels aseguraba que “una mentira repetida mil veces puede convertirse en verdad”, y el filósofo estadounidense William James a principios de siglo XX afirmaba: “solo es verdad lo que me es útil”.
El célebre florentino, padre de la ciencia política moderna, en “El Príncipe” (1532) mostró teóricamente cómo se miente desde el poder, o cuando se aspira al poder. El ministro nazi de Propaganda de la Alemania hitleriana mostró con su maquinaria de distorsión de la realidad cómo la mentira se imponía sobre la verdad para gran parte del pueblo alemán. Y William James llevó el cinismo pragmático a niveles alucinantes.
Este coctel de “principios” morales, éticos y políticos fue el aplicado a la fabulosa maquinaria de propaganda y lavado de cerebro que armó Fidel Castro tan pronto asaltó el poder a tiros, para atornillarse como dictador. Y ese discurso político manipulador de la realidad fue el de la “revolución” hasta el 11 de julio de 2021, en que la mafia dictatorial, llena de pánico, se percató de que el pueblo cubano no solo no cree en ese discurso, sino que quiere echar abajo a la tiranía que lo aplica.
Al Departamento Ideológico del PCC se le fue de las manos la internet
Durante décadas el Departamento Ideológico (DI) del Partido Comunista ha controlado y dirigido los medios y la “política cultural” de la dictadura. Pero sin dar la cara, tras bambalinas. El DI no es un aparato del Estado. Y con la internet y las nuevas tecnologías comunicacionales y las redes sociales se le fue de las manos el monopolio que tenía sobre qué pueden o no saber y comentar los cubanos de lo que pasa en la isla y el mundo.
Con el batacazo del 11 de julio la mafia gobernante decidió ya quitarse la careta y acelerar la fascistización del régimen, institucionalmente. De ahí tantos decretos-leyes últimamente. Con uno de ellos se acaba de crear un híbrido del Ministerio de Propaganda de los nazis y el Ministerio de la Verdad de la novela “1984” (en 1949) de George Orwell.
Porque eso es el nuevo Instituto de Información y Comunicación Social (IICS). Tiene la “misión de conducir y controlar la Política de la Comunicación Social del Estado y el Gobierno cubano; proponer su perfeccionamiento, así como contribuir a fomentar la cultura del diálogo y el consenso en la sociedad cubana”, según proclama el decreto-ley 41 de 24 de agosto de 2021.
El único Ministerio de Propaganda luego del que dirigía Goebbels
El IICS no solo asume las funciones del Instituto Cubano de Radio y TV (ICRT), sino que va mucho más allá. IICS es en la práctica el único Ministerio de Propaganda que se conozca luego del que dirigió Joseph Goebbels en la Alemania fascista. Claro, actualizado a la era de la internet y las telecomunicaciones satelitales. Y es también el único Ministerio de la Verdad no ficticio que se conoce en el hemisferio occidental.
El IICS surge básicamente para amordazar institucionalmente, censurar o encarcelar a quienes digan la verdad en las redes sociales y osen criticar la dictadura o se comuniquen a nivel nacional o internacionales con críticos del régimen.
O sea, en la práctica el IICS es la fusión del ICRT con el Departamento Ideológico del PCC. Y es, sin duda, un Ministerio de Propaganda inspirado en el de la Alemania nazi, que fue creado poco después que Hitler tomó el poder en 1933. Aquel fue la institución del Estado fascista encargada de controlar y dirigir la prensa, la literatura, el arte visual, el cine, el teatro, la música y la radiodifusión. Cualquier parecido con el IICS no es pura coincidencia.
Ministerio de la Mentira castrista, “Abajo el fascismo”
Tampoco es casualidad la similitud del IICS con el Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro ministerios en la novela “1984” cuyos nombres significan todo lo contrario. El Ministerio de la Paz se ocupa de la guerra, el Ministerio del Amor de la tortura sistemática, el Ministerio de la Abundancia es el del hambre y la inanición, y el Ministerio de la Verdad es el de la mentira y prohibición de la libertad de expresión.
A la cúpula castrista, herida de muerte luego del 11 de julio ya no le importa mostrarse desnuda, fascista y anticubana. Lo que le importa es reprimir y controlarlo todo para mantenerse en el poder todo el tiempo que le sea posible. “El horno no está para galleticas” luego de la monumental rebelión popular nacional al grito de “Libertad”, “Abajo la Dictadura”, “Abajo el comunismo”. Y ahora hay que gritar también “Abajo el fascismo” ٞ
Ya días antes del anuncio del ministerio orwelliano con el Decreto-Ley 35, se criminalizó la libre expresión en los medios y las redes sociales. El pretexto bien pudo haberlo formulado Goebbels: evitar “la divulgación de noticias falsas”, el “ciberterrorismo”.
La mafia que encabeza Raúl Castro, y específicamente la burocracia y la manada de esbirros que presiden Miguel Díaz-Canel, y el general Alvaro López Miera, respectivamente, acentúan el carácter fascista del régimen convencidos de que ni EE.UU ni nadie en el mundo lo va a impedir. Y encima el desastre de EE.UU en Afganistán los tranquiliza un poco.
El miedo de la cúpula castrista: “Defender el edificio” ¿de quién?
No obstante, pese a todo, los jerarcas castristas tienen miedo y no es una suposición. Una reportera de la TV, Cristina Escobar, el 19 de agosto en una reunión de un grupo de periodistas amaestrados con Díaz-Canel, al quejarse al administrador del régimen de que la TV no cubrió las manifestaciones del 11 de julio dijo: “La orientación fue defender el edificio y no salir a la calle, nuestras cámaras no salieron y la narrativa la ponen ellos”. ¿Defenderlo de quién?
Esa periodista no fue capaz de percatarse de que los dirigentes castristas tenían pánico y que ya veían al pueblo asaltando los edificios públicos, y que si la TV cubría aquellas enormes manifestaciones rápidamente iba a haber millones de cubanos en las calles, y ellos estarían perdidos.
Conclusión: con los decretos típicamente fascistas y orwellianos, el 35 y el 45, el castrismo impone de forma ya institucional y descarada, como Estado y no de forma encubierta como hasta ahora, la criminalización del principio martiano de que “La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla”.