En el año 2022 el país donde nacimos cumplirá 70 años sin democracia. Mis padres jamás han podido elegir de forma libre su ideología, su partido o su presidente. Han debido resignarse a la decisión de otros y han tenido que ratificar esas decisiones para evitar buscarse problemas. En Cuba, por desgracia, callar lo que pensamos es visto por muchos como un signo de inteligencia. Siempre nos piden esperar un “momento” y un “lugar” que en realidad nunca llegan.
Casi toda mi generación creció escuchando la frase: “por tu bien, habla bajito”. La mayoría de mis amigos ya se fue del país y otros sueñan con hacerlo pronto. Yo no quiero que me recarguen el teléfono ni que me envíen un par de zapatos. Quiero que Cuba sea la nación a la que todos puedan regresar cuando quieran, piensen como piensen, y de la que nadie más quiera marcharse.
La Revolución prometió derechos, justicia, libertad y elecciones libres, pero en su lugar nos convertimos en un apéndice soviético. Prometió ser verde como las palmas, pero se envolvió en un manto rojo con una hoz y un martillo custodiando la estrella solitaria. El pensamiento único, la censura y la persecución política han sido el pan de cada día para cualquier cubano que no se someta al control de los mayorales. Y el fin de la Guerra Fría solo aumentó nuestra miseria. Somos sobrevivientes de una guerra inconclusa, en la que no fuimos ni vencedores ni vencidos, solo rehenes de un dogma obsoleto, de un clan de funcionarios aferrado al poder y a sus privilegios, de un capricho apuntalado con fusiles de fabricación rusa.
Es cierto que hubo algunos logros y conquistas, no todo es gris. Pero de qué sirven las gratuidades si luego van a chantajearme con ellas. ¿Qué valor tiene mi educación si luego me prohíben pensar con mente propia? También muchos esclavos aprendieron a leer. Y no pagaban con dinero su rinconcito en el barracón ni su almuerzo, lo pagaban con obediencia y con el sudor de sus espaldas. Si a alguno se le ocurría exigir un cambio de régimen, le esperaban con certeza el látigo, el cepo y el grillete.
Yo ya pagué todos mis estudios. Sépanlo. Fui a todas las escuelas al campo, corté caña, recolecté papas en Artemisa y café en Pinares de Mayarí. Cumplí dos años de servicio social cobrando un salario de “espejitos”. Les debo mucho a mis maestros, pero con el Estado ya saldé mis deudas. No me lo saquen más en cara. Tampoco sigan usando como chantaje mi trabajo con las instituciones culturales. Trabajar es un derecho, no un privilegio. Y yo he entregado tanto o más de lo que he recibido.
Escribo estas palabras bajo una campaña cobarde de mentiras contra mí y contra los organizadores de la marcha. La bajeza es tal que nos han cortado los servicios de Internet para que ni siquiera podamos defendernos desde nuestras redes. Pero no voy a victimizarme. El ingenio cubano también sabe cómo burlar estos bloqueos internos. Mi única preocupación eran mis padres. Sé cuánto les duele, sé cuánto temen, pero también sé que ellos conocen a su hijo. Ambos se han sobrepuesto al miedo y me han llamado solo para decirme que sea fuerte, y que están orgullosos.
Es obvio que nadie nos paga un centavo. Nadie sería tan idiota de enfrentarse a todo esto (y a la furia que vendrá) por dinero. Lo hacemos por convicciones, y eso tiene al poder desesperado. Tampoco nadie nos da órdenes desde ninguna parte. Hay mentes maravillosas en este país y ya vamos aprendiendo a debatir y a encontrar consensos, sin falsas unanimidades, ni líderes máximos. Lo que ellos llaman “alianzas”, no es más que un diálogo honesto con todos los cubanos, sin discriminar a ninguno. Ningún régimen volverá a decirnos jamás con cuál cubano podemos hablar y con cuál no. No vamos a reproducir su esquema de prejuicios, estigmas y satanizaciones.
Agradezco infinitamente la enorme solidaridad que hemos recibido. Si hubiese justicia y tuviéramos 15 minutos en televisión nacional, toda la mentira que el poder ha fabricado, se derrumbaría al instante. Pido con respeto que cese el linchamiento contra cualquier cubano que defienda honestamente sus principios, sea del color político que sea. Cuando decimos “con todos y para el bien de todos”, hablamos en serio.
El 15 de noviembre marcharemos sin odio. Estamos conquistando un derecho que jamás se nos ha respetado en 62 años de dictadura, pero vamos a conquistarlo con civismo. Todo el mundo estará mirando hacia Cuba ese día. Sabemos que el poder juega sucio, que da órdenes de combate contra su propio pueblo, que nos miente en la cara, que sería incluso capaz de infiltrar a sus paramilitares en la marcha para generar violencia y echarnos la culpa. Cada ciudadano deberá ser responsable de su conducta y defender la actitud pacífica y firme que hemos convocado.
El 15 de noviembre puede y debe ser un día hermoso. Donde quiera que viva un cubano, sabemos que su corazón va a estar en Cuba. Ojalá que los poderosos no insistan en comportarse de manera cobarde contra sus propios ciudadanos. No repitan el crimen del 11 de julio. Ojalá que oficiales y soldados comprendan que no hay honor alguno en obedecer órdenes inmorales. Ojalá también que ninguna potencia extranjera interfiera en un asunto que debemos resolver con verdadera soberanía, la de los ciudadanos.
Apostemos por el coraje, la dignidad y la franqueza. Es tiempo ya de decir lo que pensamos en voz alta.