El 19 de mayo último (2023), precisamente un día antes del aniversario 121 de la independencia de Cuba del colonialismo español, y en el 128 aniversario de la caída en combate de José Martí, el Padre de la República, irónicamente se firmó en La Habana un pacto para convertir a Cuba en una especie de neocolonia, o colonia, del imperio ruso que encabeza el nuevo zar Vladimir I.

Fue rubricado con bombos y platillos por Dimitri Chernishenko, segundo jefe del gobierno de Rusia, y enviado personal de Putin, y Miguel Díaz-Canel, asistente principal del dictador Raúl Castro, con el cargo de “presidente” de Cuba.

En presencia de lo que de momento recordó a un Capitán General colonial español decimonono, el jefe nominal del gobierno castrista se deshizo en elogios al imperio euroasiático fundado por Iván el Terrible. Reafirmó “el apoyo incondicional de Cuba a la Federación de Rusia en su enfrentamiento a Occidente”, y acto seguido imploró a Rusia “soluciones integrales a los problemas de Cuba” y le prometió un “mutuo beneficio”.

O sea, el presidente de la República (es el cargo que tiene ¿no?) de un país independiente le ruega a un gobierno extranjero que dé “soluciones integrales a los problemas” que su gobierno es incapaz de dar.

Medios castristas silenciaron las condiciones que pone Moscú

Claro, el régimen no se atrevió a difundir en los medios estatales la parte del discurso de Chernishenski en la que dictó sin mucho disimulo las condiciones que debe cumplir el castrismo para recibir las migajas colonialistas rusas.

En ese segmento censurado de su alocución el segundo hombre del gobierno ruso dijo que el régimen de La Habana es un “amigo de confianza”, pero que es “imprescindible hacer una hoja de ruta para incorporar estas preferencias, que tal vez podría necesitar algunos cambios en la legislación de Cuba”. No detalló qué cambios quiere el Kremlin, pero “a buen entendedor pocas palabras bastan” Y anunció una reunión en junio al más alto nivel entre ambos gobiernos.

Mientras tanto, la cúpula castrista pide por esa boca. Le está pasando la cuenta a Putin por el apoyo al genocidio que comete en Ucrania. Aunque no lo admita, eso ha tenido un costo político para Cuba, sobre todo porque ha detenido el acercamiento a La Habana que impulsaba la Administración Biden.

Al arrastrase tanto, el régimen se sienta a pedir por esa boca

Al arrastrarse ante Putin, Díaz-Canel se siente con derecho a reiterar las peticiones de favores y limosnas que viene pidiendo desde 2018, y a las que hasta ahora les han hecho el caso del perro: que Rusia se olvide de la deuda cubana, envío a Cuba de más petróleo barato, fertilizantes, materias primas, trigo, más turistas rusos, que modernice las obsoletas FAR, y resucite los proyectos de “colaboración” (regalos) que fueron suspendidos por falta de infraestructura y los impagos de la parte cubana.

Junto con Chernishenko viajó a La Habana un enjambre de ejecutivos de 52 empresas rusas, en su mayoría mafiosos. Se reunieron con mafiosos de GAESA y con burócratas de 106 empresas de la devastada economía cubana. El propósito ruso fue puntualizar lo que tienen que hacer los empresarios castristas para poder beneficiarse de una eventual invasión de empresas rusas y los pasos a dar para instaurar el nuevo modelo económico de mercado, de hechura rusa.

Convertir a Cuba en una maquiladora para exportar a bajo costo

Y ahí está el detalle. Como en Cuba no hay un mercado interno solvente (tampoco externo, pues ya ni azúcar puede exportar) los capitalistas rusos aspiran a convertir la isla en una especie de maquiladora rusa. O sea, producir con poco costo en Cuba, con una mano de obra baratísima, y exportar en grande a América Latina, EE. UU., Canadá, e incluso a Europa y el mundo entero. Quieren producir en Cuba para vender con la ventaja de bajos costos, no para abastecer un mercado que no existe.

Sería mejor para ellos que en Cuba hubiese un amplio y pujante mercado doméstico y externo, pero eso pasa por privatizaciones, la liberación de las fuerzas productivas, etc. cosa ya del terreno político que atañe a la gerontocracia inmovilista que encabezan Raúl Castro y los dinosaurios históricos de la Sierra Maestra.

Porque, digan lo que digan, a sus 92 años Raúl Castro es quien manda en Cuba.  Ni Diaz-Canel, ni el premier Manuel Marrero, ni el Buró Político completo, ni nadie tiene en la isla más poder “político-revolucionario” que la troika Castro II, Ramiro Valdés y Machado Ventura, ni que los generales sostenedores de la dictadura, que responden a esa troika. Antes de tomarse una decisión importante esos tres nonagenarios tienen que dar su visto bueno, o no se toma, y punto.

Entonces cae por gravedad la pregunta: ¿está Raúl “El Cruel” y los están los sobrevivientes históricos de la Sierra Maestra a hacer eso? ¿a poner fin a la “continuidad” de la “revolución” y “traicionar” el legado de Fidel Castro del sistema de economía centralmente planificada, y privatizar la mayor parte de la economía cubana y el campo? ¿Tienen otra opción no tan “contrarrevolucionaria”?

De posibles respuestas a estas interrogantes, y el esbozo de aristas emanadas de esta sumisión castrista a una potencia extranjera (imperialista de verdad), me ocuparé próximamente.