¿Cómo los cubanos de a pie podrían comer, vestirse, asearse, conseguir medicamentos clave que no hay en las farmacias y “resolver” sus necesidades más apremiantes si no existiera un mercado clandestino en Cuba que erróneamente llaman negro?
Pues bien, ese mercado salvador se nutre del “desvío” (eufemismo para evitar la palabra robo) de productos en poder del Estado, del “trapicheo” de productos agrícolas que sigilosamente se escabullen del campo a la ciudad, o haciendo interminables colas repetidas veces para acumular mercancías en divisas y luego revenderlas.
Cleptomanía “por la izquierda” para subsistir
También se alimenta con la compra “por la izquierda” a agricultores privados, a cuentapropistas, a trabajadores de almacenes, tiendas, restaurantes, hoteles, bodegas, carnicerías, shopping, talleres, fábricas. Y a las “mulas” que regresan a la isla cargadas de productos del extranjero.
¿Quién es responsable de esa ilegalidad sistémica nacional? La respuesta es otra pregunta: ¿Había coleros y revendedores en Cuba antes de 1959, los hay hoy en Colombia, Uruguay, República Dominicana, o Guatemala?
La causa de ese insólito surrealismo es la “revolución socialista” que inventó Fidel Castro y convirtió a los cubanos en cleptómanos para poder subsistir. El castrismo condujo a la aberración de que en Cuba quien no roba al Estado no es considerado como muy decente, sino más bien tonto.
El “desvío” de productos del Estado evita la hambruna
En Cuba “desviar” (hurtar) productos del Estado en almacenes, fábricas, centros de Acopio, restaurantes, no es robo, sino algo necesario para abastecer al mercado subterráneo imprescindible. Y los revendedores en ese andamiaje son una pieza sine qua non.
Sin embargo, la dictadura ha desatado ahora una furibunda ola represiva contra lo que llama “coleros” “revendedores”, y “acaparadores”. Lo peor es que tal arremetida represiva es posible gracias a los chivatazos que llegan al MININT.
Y es triste, porque no se trata de delaciones de soplones políticos, sino de cubanos de a pie que han sufrido tanto daño antropológico (en el cerebro) a consecuencia de la abrumadora propaganda castrista, que perdieron la capacidad de distinguir lo blanco de lo negro. Tienen las neuronas dormidas u oxidadas por no usarlas desde tiempos inmemoriales.
Hace unos días el esbirro en jefe del MININT en Pinar del Río, el primer coronel (cuatro estrellas en vez de tres) Julio Díaz, se jactó de que en esa provincia “se han realizado 500,000 actuaciones de la Policía Nacional Revolucionaria, varias de ellas con más de 1,000 denuncias realizadas sobre el acaparamiento”.
Sin revendedores no podrían comer arroz más de 10 días
O sea, los denunciantes por su daño cerebral son incapaces de advertir que si en sus casas pueden comer arroz y frijoles más allá de los 8 o 10 días que duran los que les dieron en la bodega es porque se lo compraron a alguien que robó sacos de arroz o frijoles de un almacén estatal, o los compró ilegalmente a un empleado que se los robó igual, o a campesinos que violaron las regulaciones de Acopio.
¿Cómo podrían comer carne de res alguna vez en el año si alguien no se roba una vaca o un campesino la mata a riesgo de ser condenado a 10 años de prisión?
El represor coronel Díaz se ufanó de que “se ha identificado más de una veintena de coleros”, contra los cuales hay ahora, un “mayor enfrentamiento que antes”. Agregó que agentes policiales y oficiales del MININT investigan en las redes sociales a personas que han sido denunciadas como revendedoras.
Otro que se jactó de atacar al comercio informal cubano fue el coordinador de Programas del Gobierno Provincial, Jorge Salas Rosette. Dijo que en Pinar del Río se han impuesto 2,308 multas por violar los precios topes establecidos. Las multas son tan altas que muchos emprendedores han tenido que cerrar sus negocios. Y quienes no pagan terminan en la cárcel.
Y a propósito, una cosa es el mercado informal clandestino o marginal que hay en países pobres o de mediano desarrollo, donde pequeños comerciantes improvisados no tienen licencia porque no les alcanzan los ingresos para pagar impuestos, y otra distinta es el mercado clandestino inherente a todo país comunista, donde personas a escondidas venden lo que consiguen en forma no “ortodoxa”.
El acaparador, hijo natural de la escasez comunista
En síntesis, el revendedor es un hijo natural de la escasez comunista. En Cuba están prohibidas las tiendas comerciales privadas y son los revendedores y sus similares quienes en buena medida llenan ese vacío. Coleros, acaparadores, cuentapropistas y agricultores privados que comercian a espaldas de Acopio constituyen la mayor red comercial de la nación. Y contra esa pieza indispensable del comercio interior cubano, incluyendo los revendedores, se están ensañando hoy los vividores de la mafia militar y sus subalternos.
Los comerciantes clandestinos son los que han evitado la hambruna en Cuba. El campesino no puede llevar a la casa de cada consumidor sus productos, ni tampoco lo puede hacer quien los “desvía” del Estado. Esta ofensiva contra quienes sí se mueven en el mercado negro es otro crimen del dictador Raúl Castro, quien mientras se da la gran vida en su paraíso privado de Cayo Saetía ordena bloquear la tabla de salvación que tienen los cubanos para no pasar más hambre del que ya padecen.