En la Cuba que ya suelta los pedazos, casi en ruinas, los jerarcas y represores de la sexagenaria dictadura se autoproclaman anticapitalistas y se ufanan de ello. Desde Raúl Castro, Díaz-Canel, el generalato y la “creme de la creme” de la dictadura, hasta los esbirros que dan paliza en las calles.

Igualmente dicen ser anticapitalistas los chavistas que han destrozado Venezuela, y los cientos de miles de jóvenes y no tan jóvenes que en casi todo el mundo organizan violentas protestas y manifestaciones callejeras. Todos se autodenominan anticapitalistas, antisistema, antineoliberales, o antiglobalización y son defensores del castrismo.

Y más irónico no puede ser:  el sistema socioeconómico y político más anticapitalista que ha existido nunca, el marxista-leninista-, fue sepultado por inservible en las murallas del Kremlin hace 29 años, pero hoy está de moda ser anticapitalista y antineoliberal, lo que significa –aunque no lo sepan por ignorancia– ser comunista con otro nombre.

En las universidades y en los sectores intelectuales, artísticos y políticos de Occidente, incluyendo Estados Unidos, es de buen gusto proclamarse anticapitalistas. Se sienten así más modernos que sus ancestros “tan equivocados”.  No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea “revolucionario”.

Craso error. De entrada desconocen dos cosas: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, constituyen una nueva versión de los comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC, Pol Pot, o el Che Guevara; y 2) que no se puede ser anticapitalista porque sencillamente no se puede ser antieconomía, o antinaturaleza humana. Y ahí está el detalle.

Desde que los hombres dejaron de ser nómadas, crearon comunidades sedentarias luego del hallazgo de la agricultura hace 10,000 años, y comenzaron a practicar el trueque, hasta que ya en Lidia (hoy territorio de Turquía) en el año 620 antes de Cristo se acuñaron las primeras monedas (primero que en China y la India) para comerciar. Fueron los albores de la economía de mercado en su etapa natural genésica, rudimentaria.

Nunca antes la economía tuvo apellidos

A lo largo de la historia, hasta llegar a Karl Marx y Vladimir Lenin, la economía no tenía apellidos. No hacía falta porque era lo normal, lo de todos los días, lo lógico. A nadie se le ocurría ponerle nombre a eso que fluía de modo natural, con ganadores y perdedores y comunidades organizadas incluidas. Era economía, y punto.

Las clasificaciones de cada etapa histórica se hacen con posterioridad.  Las tribus en la Edad de Piedra no sabían que vivían en la comunidad primitiva, ni los siervos en tiempos de Carlomagno oyeron hablar nunca de feudalismo. Fue con el primer Estado comunista en Rusia, en 1917, que surgieron los apellidos. Apareció en el mundo un sistema económico distinto al natural y espontáneo de siempre, el de economía centralmente planificada a cargo de un grupito de privilegiados.

Luego de estar 74 años en el laboratorio de la vida ese nuevo sistema fue declarado inviable. En Europa fue tirado a la basura, y en China y Vietnam siguieron con sus dictaduras del Partido Comunista, pero adoptaron la economía de mercado. Comprobaron que es la única que crea riquezas. Solo las dictaduras jurásicas de Cuba y Corea del Norte siguen sin aceptar la realidad.

El marxismo-leninismo fue un experimento fallido, pero la izquierda que no lo sufrió en carne propia, por fanatismo ideológico sigue insistiendo en que el capitalismo causa todos los males. No importa que el socialismo haya sido un fracaso y que encima causó la muerte, por hambre o fusilados, de 100 millones de personas.

El supuesto relevo paradisíaco del capitalismo no cuajó por su condición contra natura, como tampoco cuajaron los sueños utópicos anteriores de sociedades perfectas basadas en el colectivismo, la “hermandad” y el cooperativismo.

Pero la costumbre de emplear la palabra capitalista, ahora usada sobre todo como un estigma, la izquierda la preservó. Y ya pasó al ADN de la cultura política moderna. Es una falacia vergonzante, por cuanto a los anticapitalistas de hoy no les gusta que los llamen por su nombre, comunistas.

Las leyes naturales que rigen las relaciones productivas entre los seres humanos no son ideológicas. Son naturales e independientes de los partidos políticos y los Estados. La propiedad privada y la economía de mercado son como el pez en el agua. Es lo normal pese a sus defectos, insuficiencias, contrastes e injusticias, o lo que Alan Greenspan llama la “exuberancia” del mercado”, que generó la crisis económica de 2008.

En fin, hablar de economía capitalista es una redundancia. El carácter capitalista es intrínseco a toda economía que funciona.