Hace unos días Marino Murillo, encargado por Raúl Castro de la terapia de choque, reiteró que ahora “se le exige más responsabilidad al sector empresarial estatal para que salga en busca de eficiencia”, porque con el ordenamiento “está llamado a ser más competitivo y creativo”.

El régimen raulista insiste de modo enfermizo en hacer una y otra vez lo mismo esperando tener resultados diferentes. Como decía Albert Einstein, esa es la mejor definición de la locura. Ese inmovilismo jurásico es ya tan irracional que habría que calificarlo de idiotez si no fuera porque es puro desprecio por los cubanos.

Excepto Corea del Norte con su genocida monarquía comunista, Cuba es el único otro país sobreviviente de los 35 del “socialismo real” del siglo XX que mantiene a la empresa estatal como “el sujeto principal de la economía nacional”, como lo proclama la actual Constitución y lo reitera la Tarea de Ordenamiento. En China y en Vietnam los propios partidos comunistas que hoy siguen en el poder tiraron a la basura el estatismo económico que mataba de hambre a sus pueblos.

Hasta Lenin se dio cuenta del desastre de la empresa estatal

Raúl Castro es más retrógrado que Lenin, quien se percató de que lo que mataba de hambre en Rusia a millones de personas era la colectivización de las tierras, y que la escasez agobiante de artículos de consumo se debía a la estatización de la industria. En marzo de 1921, hace ahora 100 años, el jefe bolchevique lanzó la Nueva Política Económica (NEP). Se autorizó la producción y comercio libre de los campesinos, y en la industria se crearon miles de empresas privadas en todas las ramas económicas, hasta en la industria pesada, como la siderurgia, el petróleo, etc. Se acabó la hambruna y la escasez de todo. Pero murió Lenin y Stalin calificó a la NEP de «traición al comunismo» y la suspendió. Se volvió al estatismo y en solo nueve años (hasta 1937) murieron de hambre 12 millones de personas, según los historiadores.

En la Cuba de 2021, el “ordenamiento” citado es una terapia de choque “neoliberal”, pero el régimen insiste en que el estatismo estalinista tiene que continuar. Una cosa no encaja con la otra.

¿Por qué entonces GAESA es capitalista de pies a cabeza?

Se trata de una burla a los cubanos. No hay tal ignorancia de la dirigencia castrista, sino irrespeto a la ciudadanía. Nadie en la cúpula dictatorial cree en la empresa estatal. La prueba es que el verdadero poder, los militares, de hecho, son capitalistas.

Generales, coroneles y comandantes “históricos” y sus familiares convirtieron en propiedad privada capitalista corporativa al sector estatal cubano que medianamente funciona, es rentable y genera divisas (turismo, comercio minorista, comercio exterior, banca y finanzas, biotecnología, minería, el puerto del Mariel, playas, aeronáutica civil y aeropuertos, marina mercante, etc. Y han dejado a la burocracia civil la destartalada planta industrial estatal irrentable y obsoleta, que es la que se supone alimenta, viste y transporta a los cubanos de a pie.

Esos militares millonarios y sus familiares además poseen exitosos negocios privados individuales dentro y sobre todo fuera de Cuba. Orgánicamente se agrupan en una gran corporación capitalista y transnacional, además, GAESA, que es tan capitalista como cualquiera de las grandes corporaciones que aparecen en la revista Fortune.

¿Con qué moral esa cofradía de vividores se atreve a alabar a la empresa estatal socialista, si ellos saben perfectamente que es inviable y la han abandonado casi por completo?

La respuesta es que esta insistencia oficial en el estatismo es para evitar que crezca el sector privado y le haga competencia al capitalismo corporativo de los militares.

Ni siquiera han tenido el cuidado de tomar medidas que podrían parecer al menos un paso para desmarcarse un poco del centralismo estalinista, como, por ejemplo, dar autonomía real a las empresas estatales.

No dan autonomía a los “consolidados” guevaristas

Ni siquiera han tenido el cuidado de tomar medidas que podrían parecer al menos un paso para desmarcarse un poco del centralismo estalinista, como, por ejemplo, dar autonomía real a las empresas estatales.

Nada de eso. La semana pasada un dirigente de una empresa estatal de Holguín se preguntó ante un periodista independiente, a quien pidió no revelar su nombre: “¿Cómo se puede producir más con un equipamiento que se va poniendo obsoleto, que no está en tus manos cambiarlo, y sin poder consumir más energía?”.

El entrevistado agregó visiblemente disgustado: “los directivos de empresas no podemos decidir prácticamente nada, digan lo que digan. La autonomía se queda en el papel”. Y explicó que cualquier equipo nuevo o tipo producción más necesaria y atractiva no se puede hacer porque no está en manos de ellos, y todo está bloqueado, rigurosamente controlado y centralizado por el Estado.

Conclusión, es un insulto a los cubanos que a estas alturas los usurpadores del poder pretendan ignorar el fracaso del socialismo y sigan con la misma cantaleta de Fidel Castro y el Che Guevara cuando con sus “consolidados” en los años 60 aseguraban que el “futuro pertenece por entero al socialismo”. Es una burla que no puede ser tolerada por los cubanos.