Objetivo de Fidel Castro, incendiar Latinoamérica, luego dominarla y chantajear a EE.UU
¿Sería posible hoy que la dictadura de Raúl Castro, que ya está aniquilando literalmente al pueblo cubano, fuese aislada diplomáticamente por decisión unánime de los gobiernos de América Latina, debido a que el comunismo es incompatible con la cultura y el sistema democrático imperante en el hemisferio occidental?
No, pero sí ocurrió. Porque Latinoamérica fue normal hasta que el megalómano Fidel Castro entró en escena y penetró hasta el tuétano la política en la región, la subvirtió y la dominó a su antojo. Antes del encantador de serpientes en la región ocurrían cosas normales que hoy se consideran anormales, cuando es precisamente al revés.
Nunca hubo un millón de personas en la Plaza de la Revolución
Por estos días se cumplen 62 años de la “Primera Declaración de La Habana” (un monólogo narcisista del dictador) que tuvo lugar en la Plaza de la Revolución el 2 de septiembre de 1960, ante una multitud hipnotizada por el verbo apoteósico del “Jefe” (Fuhrer en alemán). Una multitud, por cierto, que no fue de un millón de personas, pues siempre los expertos que ven las fotos aseguran que no pasan de 580,000-600,000 personas.
Aquel encendido discurso, de auténtico estilo hitleriano, fue el más antiestadounidense pronunciado hasta ese momento por un jefe de gobierno latinoamericano. El motivo de tamaña cólera fue la “Declaración de San José” de la OEA, aprobada en Costa Rica por unanimidad cuatro días antes, el 29 de agosto, con 19 votos a favor y ninguno en contra, ni abstenciones (Cuba se retiró y no votó, y tampoco votó el régimen de Trujillo en República Dominicana, que se retiró porque ese gobierno fue acusado de realizar un atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt).
Entonces la OEA tenía 21 países miembros. O sea, todos los gobiernos presentes aprobaron la declaración. Hoy en la OEA no hay votos suficientes ni para criticar a las tres dictaduras latinoamericanas, porque son de izquierda.
Incompatibilidad con “cualquier forma de totalitarismo”
¿Y qué decía aquella declaración unánime de la OEA? Estableció “la incompatibilidad entre el sistema interamericano y cualquier forma de totalitarismo (que Castro I ya se preparaba para instaurar oficialmente); “las pretensiones chinas y soviéticas de utilizar la situación política, económica o social de cualquier Estado americano” (léase Cuba); “condenar la intervención de las potencias extracontinentales (léase Moscú y Pekín) en asuntos de las repúblicas americanas”; “reafirmar el principio de no intervención de un Estado americano (léase Cuba) en los asuntos internos o externos de otro Estado americano.
En tanto, el dictador cubano, haciendo gala de su prepotencia, presentó su discurso unipersonal como la “Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba”, arremetió contra EE.UU, y esbozó ya su intención de dominación política en Latinoamérica al plantear la creación de un “internacionalismo latinoamericano, basado en la solidaridad” (manejado por Cuba), que reemplazara al panamericanismo, que él tildaba de imperialista.
Por cierto, dos semanas después Castro I viajó a la ONU, y allí en Nueva York se reunió con Nikita Kruschev, el líder supremo de la URSS.
Cuba expulsada porque el comunismo choca con la vida civilizada
Meses después, el 31 de enero de 1962, esta vez en Punta del Este, Uruguay, el Consejo Permanente de la OEA (los cancilleres) decidió aislar diplomáticamente a la dictadura castrista y expulsó al gobierno de Cuba de la OEA y del Tratado Interamericano de Defensa Recíproca (TIAR) debido al “vínculo de Cuba con potencias extracontinentales y la incompatibilidad del marxismo-leninismo con los principios del Sistema Interamericano”.
Con la sola oposición de Cuba, la OEA enfatizó la necesidad de la “lucha hemisférica contra la acción de gobiernos, agentes o propaganda comunista” y aconsejaron “mantener toda la vigilancia necesaria para prevenir cualquier acto de agresión, subversión u otros peligros para la paz y seguridad”. Y se creó en la OEA un “comité consultivo especial de seguridad contra la acción subversiva del comunismo internacional”.
Incendiar Latinoamérica, luego dominarla y chantajear a EEUU
Otra vez cuatro días después, el 4 de febrero de 1962, el tirano volvió a llenar “su” plaza pública capitalina, y en otro monólogo interminable lanzó su explosiva respuesta, la “Segunda Declaración de La Habana”, en la que de hecho anunció que intervendría militar o políticamente en toda prácticamente en toda Latinoamérica. Y así lo hizo. Envió guerrillas armadas, y también pandillas de terroristas a realizar atentados y sabotajes para desestabilizar gobiernos democráticos, o derrocarlos si era posible.
Lo patético de todo esto es que luego de la catástrofe de la “revolución cubana”, que convirtió a Cuba de uno de los países vanguardia del progreso en la región en el más pobre luego de Haití, que ya en ruinas suelta los pedazos, sigue siendo el centro inspirador de una izquierda que pone el dogma pernicioso populista por encima de los intereses de sus pueblos. Cuba, que debiera ser la vergüenza mundial de la izquierda, sigue siendo su faro, y hasta gana elecciones en Latinoamérica, hoy casi toda controlada por esa izquierda irresponsable hambreadora de pueblos.
Por eso América Latina no progresa y se va quedando cada vez más a la zaga de las naciones asiáticas, no adictas a los cuentos de caminos.