La ola de mujeres asesinadas por sus esposos, amantes o novios, y la criminalidad rampante en toda Cuba, expresan la gravedad de la crisis terminal del castrismo, y también la violencia que emana del propio ADN del castrismo, que nació chapoteando sangre.
Desde el 1 de enero de 2023 hasta el 9 de junio se cometieron 38 feminicidios, cuatro más que los 34 de todo el año 2022, según organizaciones de la diáspora cubana que monitorean estos crímenes. Desde 2019 ha habido 156 feminicidios en Cuba.
A eso se suma la escalada de asesinatos para robar cualquier cosa de valor, como teléfonos o una motorina. La violencia en general que azota a la sociedad cubana no tiene precedentes en la historia de Cuba. Y ya no tiene solución mientras siga en el poder Raúl Castro y sus secuaces. Porque lo que está sucediendo es inherente al castrismo mismo.
En los años 50 el Movimiento 26 de Julio ejecutaba a personas en plena calle, y colocaba bombas en lugares públicos concurridos que mataron e hirieron de gravedad a civiles inocentes. Una bomba “revolucionaria” le arrancó un brazo a una joven en el cabaret Tropicana. En el parque Martí de Ciego de Avila una bomba mató a tres personas sentadas en un banco un sábado por la noche, salvajismo del que fue testigo el autor de este artículo, en julio de 1958.
“La violencia es la partera de la historia”, una incitación al caos
Karl Marx, “inventor” del sistema comunista moderno (el original nacido en Grecia fue creado por Platón hace 2,393 años) en “El Capital”, sentenció “la violencia es la partera de la historia”. Ya antes, al fundarse la Liga de los Comunistas (1848) había anunciado: “Dejen a las clases dirigentes temblar en una revolución comunista”. Fue aquella una exhortación al caos, como igualmente la hizo León Trotski con su “revolución permanente” en todo el mundo, el Che Guevara con su llamado a “crear Dos, Tres, muchos Vietnam”, Mao Tse Tung con su genocida “revolución cultural”, o Pol Pot con su régimen de los Jemeres Rojos.
Fidel Castro en los años 40 irrumpió en la escena política baleando a rivales políticos, incluso por la espalda (Leonel Gómez) . Luego asaltó el cuartel Moncada con un grupo de jóvenes disfrazados de soldados de Batista, que acribillaron a militares profesionales en calzoncillos y durmiendo, muchos de ellos borrachos luego de divertirse en el carnaval santiaguero.
Golpear y ultrajar a “gusanos”, y robar a emigrantes, es común
Cuando el Comandante en Jefe que apenas combatió bajó al fin de su confortable refugio de la Sierra Maestra (tenía a una mujer de acompañante) y llegó a La Habana desató el mayor baño de sangre en suelo cubano en tiempos de paz. Fusiló por motivos políticos a miles de civiles. Intervino violentamente con tropas regulares y milicianos las fábricas, bancos y empresas de todo tipo, y las estatizó, sin pagar un centavo a ningún propietario.
A los “gusanos”, y “traidores” que decidían emigrar se les expropiaban sus viviendas, con todo adentro. Desde entonces, hasta hoy, todo ciudadano que se atreve a criticar públicamente a la “revolución” sufre actos de repudio nazis, puede ser apedreado, insultado, difamado. Les manchan sus viviendas con pintura o chapapote. Y la policía los apalea en la calle, en la estación de policía, o ya en prisión. Turbas organizadas por el Partido Comunista queman en las calles la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El Che Guevara le subió la parada a Marx y definió al “verdadero revolucionario” como “una fría máquina de matar”. Fidel Castro intervino militarmente en 22 países de tres continentes con tropas regulares, grupos guerrilleros, saboteadores, asaltantes de bancos, secuestradores de civiles, entrenados y armados en la isla, para tratar de imponer el comunismo que ya habían implantado en Cuba.
Esa cultura de la violencia castrista-comunista se incrustó en el ADN de la “revolución”, subyace subliminalmente en la sociedad cubana, y aflora brutalmente ahora al agravarse la crisis ya existencial que vapulea a los cubanos.
Son cuatro las causas más visibles de esta oleada de violencia
Conclusión. Esta alarmante oleada de violencia que azota a Cuba a mi modo de ver tiene al menos cuatro causas visibles que confluyen en coctel fatal:
1) Una, digamos que congénita, que está enraizada en la cultura de la violencia “revolucionaria” ya analizada.
2) El incremento exasperante del hambre, la escasez de todo, apagones, pobreza extrema, desnutrición, la falta de oportunidades y empleos dignos, bien remunerados, la imposibilidad de emprender negocios de verdad privados e independientes y ganar buen dinero.
3) La misión de “Big Brother” avasallador que la mafia dictatorial le asigna a los cuerpos represivos y de contrainteligencia para evitar protestas o expresiones de descontento en las calles. El régimen prioriza la represión política, y le importa un comino la verdadera criminalidad, la que cuesta vidas humanas, dolor y la pérdida de bienes valiosos.
4) El sistema educativo y los medios de comunicación comunistas en los que prima el adoctrinamiento político-ideológico y no el cultivo de valores éticos y morales esenciales, y atacan o menosprecian el papel de la familia como la piedra angular de toda sociedad; y un sistema político que considera al discrepante como un “gusano” que se debe marginar, o incluso avasallar y golpear, por “traidor”.
Brutales actos violentos típicos de un Estrado fallido
Como consecuencia de estas causas, sobre todo la número tres, ya ocurren actos típicos de Estados fallidos. Vecinos de barrios encolerizados hace “justicia” por su cuenta y golpean brutalmente a ladrones agarrados in fragranti, o a presuntos violadores de mujeres.
¿Cuántos recursos y esbirros dedica la dictadura al Big Brother, y cuántos a combatir y evitar los asesinatos, asaltos, feminicidios atroces?
Un chiste cubano de humor negro da la respuesta. Varias personas son agredidas o amenazadas con machetes para robarles sus teléfonos celulares y una motorina. Las víctimas no gritan “¡Auxilio! ¡policía, nos van a matar! Lo que gritan es ¡Abajo la dictadura! ¡Abajo el comunismo! ¡Libertad!”. Saben que solo así la policía va a acudir al lugar en que ellos están.