Cuando Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel y demás vividores de la cúpula castrista hablan de “continuidad revolucionaria” lo mejor es preguntarles:
¿Qué querían los cubanos a fines de 1958, una revolución a lo bolchevique, o que Batista se fuera?
Este articulista tenía entonces 17 años, recién graduado de Bachiller en Ciencias, y si me hubieran hecho esa pregunta la habría respondido con otra: ¿Una revolución, para qué?
Y si esa interrogante hubiera sido formulada en una encuesta nacional la abrumadora mayoría, probablemente más del 90% de los entrevistados habría respondido sin pensarlo mucho: “¡Que se vaya Batista!”
Porque ¿hacía falta una revolución social en Cuba? ¿Se imaginó alguien el Primero de Enero de 1959 que Cuba sería el primero y único país comunista en la historia de América, y que 63 años después esa tiranía hablaría aún de continuidad?
Salida de Batista, regreso a la democracia y Constitución de 1940
Pero atando cabos se advierte que no es para sorprenderse mucho con lo sucedido. Ya Fidel Castro, al organizar el criminal y desastroso asalto al cuartel Moncada, insistía en la palabra “revolución”, cuando la gente lo que quería no era someterse a una ignota revolución, sino restablecer la democracia en el país al amparo de la progresista Constitución de 1940.
Por eso una vez consolidado en el poder uno de los mitos más exitosos fabricados por Fidel Castro fue que en Cuba se tuvo que hacer una revolución social porque era un país atrasado, muy pobre, con pésimos servicios de Salud y Educación debido a la “explotación imperialista” y del capitalismo criollo. Esa patraña se la compró al dictador el mundo entero, hasta el día de hoy, sobre todo los organismos internacionales y la izquierda en general.
Falso. En Cuba no hubo una revolución social, porque no se necesitaba. No se lanzaron a las calles las masas hambrientas y los “sans culottes” (gente pobre y marginada), como las que en París asaltaron la Bastilla en julio de 1789 e iniciaron la Revolución Francesa.
Las revoluciones sociales son iconoclastas, arrasan con todo
Hay que diferenciar entre rebelión o revolución política, y una revolución social. Las rebeliones políticas triunfantes modifican el estatus político, o incluso del Estado, pero no la estructura socioeconómica de la nación y de toda la sociedad.
Una revolución social, básicamente estatista, arrasa con todo. No hay nada más iconoclasta ni más antidemocrático y arbitrario en el mundo. Cambia las relaciones de propiedad, producción, distribución, de los medios de comunicación Transforma la política, la economía, la cultura, la educación, las costumbres, la ética, la moral, la filosofía. Lo coloca todo patas arriba con la promesa de “un futuro luminoso”, frase que repetían Lenin, Mussolini, Hitler… y Fidel Castro.
No se necesitaba una revolución transformadora de la sociedad en un país que junto a Uruguay y Argentina registraba el más alto nivel de vida en América Latina, según datos de la ONU, y cuyo ingreso per cápita duplicaba al de España y se acercaba al de Italia. Precisamente, en 1958 había en la Embajada de Cuba en Roma 12,000 solicitudes de italianos deseosos de emigrar a la isla. En varios indicadores Cuba registraba estándares superiores a los de varias naciones de Europa.
Para perpetuarse convirtió la rebelión en dictadura comunista
Pero lo del megalómano Castro I era atornillarse en el poder ad infinitum y la única forma de lograrlo era convirtiendo la rebelión política triunfante en dictadura comunista, con claros rasgos fascistas, subvencionada convenientemente por Moscú para tener en Cuba una cabeza de playa soviética en las narices de EEUU.
Para apuntalar su revolución Castro mentía sin pudor alguno. Hablaba del malvivir en la Cuba “pre-revolucionaria”, del escaso desarrollo económico y social, particularmente en los servicios de salud y educación. No importaba que las estadísticas de la ONU, la OMS y la OIT dijesen todo lo contrario.
Cuba, era un país avanzado en materia de Salud y Educación
Por ejemplo, en 1958 Cuba tenía un médico por cada 980 habitantes, tercer lugar en Latinoamérica solo detrás de Argentina (uno por cada 760 habitantes), y Uruguay, (uno por cada 860). Había 35,000 camas de hospitales, una cama por cada 190 habitantes, cifra superior a la de los países del Primer Mundo, con una cama por cada 200 habitantes.
A fines de los años 50 Cuba era el segundo país de Latinoamérica con más baja mortalidad infantil, con 33 por cada mil nacidos vivos. Italia en 1958 tenía una tasa de 50 por cada mil, Francia, 34 por mil, y Japón 40 por mil, según la OMS. Cuba, sin “revolución social” los superaba.
En 1956, Cuba con un 23% de analfabetos había sido reconocida por la ONU como uno de los países con menos iletrados en Iberoamérica y todo el mundo. La mayoría de las naciones latinoamericanas, y España, rondaban o superaban el 50% de analfabetismo. El bachillerato cubano figuraba entre los mejores de Iberoamérica y competía favorablemente con el de Estados Unidos.
Imponer la revolución comunista fue crimen de lesa humanidad
En la Universidad de La Habana, una de las más prestigiosas de América Latina, la matrícula anual costaba 60 pesos —equivalían a 60 dólares—, a pagar en tres plazos. Un joven podía graduarse de médico, ingeniero, abogado, arquitecto, contador público, físico-matemático, o en carreras de letras y pedagogía, con el pago de solo cinco pesos mensuales por las clases recibidas y las prácticas de laboratorio.
En fin, la imposición de una “revolución” comunista (y a la vez fascista) en Cuba, isla ubicada además en el corazón del mundo y la cultura occidentales, fue un crimen de lesa humanidad por el que Fidel Castro no pagó, pero que sí debe ser pagado por su cómplice de origen y heredero en el trono.