A pesar de las medidas aplicadas -tope de precios, aumento de salarios, agilización de trámites-, el panorama no pinta bien para el ingeniero Miguel Díaz-Canel que en una nueva encuesta de la organización peruana Ipsos ha sido calificado como el segundo peor gobernante de América Latina, solo superado por el dictador Nicolás Maduro.
Es evidente que se está cerrando el dominó. Donald Trump tiene grandes posibilidades de ser reelegido en 2020 y Maduro es apenas un anacoreta político, agarrándose con una uña al poder. Dentro de Cuba la represión ha aumentado tanto que se ha salido de sus focos habituales -opositores, activistas y periodistas independientes- para caer sobre cualquier ciudadano que critique abierta y firmemente las disposiciones del régimen.
Todos son tildados de contrarrevolucionarios: los jóvenes que intentaron salvar Snet, el ala impenitente del colectivo LGBTI, los que hicieron campaña para bajar los precios de Internet, el usuario que denuncia atrocidades en su cuenta de Facebook, y hasta los muchachos que se agarran a puñetazos en la vía pública. El mero hecho de provocar tumultos o defender una causa colectiva desde las redes sociales, ya es asumido como un acto de disidencia que tiene a la policía repartiendo tortazos sin miramientos, y a los esbirros de la Seguridad del Estado mostrando su talante más rufianesco.
Más represión
Recesión económica
La continuidad
El precio de los alimentos importados permanece por las nubes, con tímidos ajustes en los rubros cada día más perseguidos y escasos: pollo, picadillo, salchichas y hamburguesas. Esos cuatro “salvavidas” conforman básicamente la alimentación del cubano, indefenso ante la delincuencia y la corrupción, que aumentan a la par del control estatal.
En las calles de Cuba abundan policías y efectivos de la Brigada Especial. Los inspectores andan desaforados -con uniforme o vestidos de civil- multando sin clemencia a gente que trata literalmente de sobrevivir. Le caen con todo al que vende ajo pelado, a la vendedora de botanas, a la mujer que viene desde un campo lejísimo cargada con un mochilón lleno de habichuelas, pimientos o quimbombó, más baratos y frescos que los del agro.
Sin mirar ese sacrificio enorme, tratando más bien de sacar dinero de la desesperación del otro, lo colocan entre el soborno y el decomiso. No es de extrañar que esté tan envilecida gran parte de la población. Tiene que ser frustrante venir desde tan lejos cargado de bártulos a tirarse en un portal para vender nada menos que alimentos sanos en una Cuba asolada por la escasez; pasar hambre y sed, y que un delincuente investido de autoridad estatal amenace con quitarte el producto de tu lucha, el pan de tus hijos.
Los negocios privados están vacíos, con las puertas abiertas de par en par y los dependientes abanicándose en su ocio, tan “pasmaos” como los que mal trabajan en las farmacias y en las TRD; locos por terminar su jornada e irse a casa a fantasear con la vieja Europa, o con esos Estados Unidos que cada día echan más cerrojos, para dolor de los inmigrantes.
La denuncia realizada por una joven en su página de Facebook acerca de los pollos pudriéndose en una nevera de un mercado en el Vedado no es un hecho casual. Prácticamente en todas las tiendas que tienen departamento de “Cárnicos” hay un fuerte mal olor, síntoma de pudrición porque los equipos de climatización están rotos o no se pueden poner debido al severo plan de ahorro a que está sujeto el sector estatal-empresarial, con tal de no afectar el consumo energético de los ciudadanos. Son tales el calor y el descontento social, que una ronda de apagones podría ser suficiente para que el volcán explote.
Los llamados de Díaz-Canel a combatir la ineficiencia y la chapucería han sido tan desoídos que el mandatario bien pudiera sentirse acomplejado. En las tiendas la mercancía es tirada como quiera, rota, manchada, abollada, y así mismo se pone a la venta. Por momentos parece que el aumento salarial, al contrario de lo previsto, ha espoleado en los empleados del sector presupuestado la determinación de no trabajar. Sigue en Cuba el maltrato al cliente, el realengo organizativo y administrativo, el inventar pretextos para no atender a la población porque “allá adentro hay mucho calor”.
La asfixia económica ha obligado a los choferes de autos clásicos de lujo a botear en moneda nacional porque supuestamente estamos en temporada baja y no hay turismo. Sin embargo, todos los años ha habido temporadas bajas y ellos nunca habían caído, según sus propias palabras, “tan bajo”. Porque transportar cubanos por diez pesos moneda nacional en un Chevy hermoso, climatizado, con la tapicería impecable, es la peor pesadilla de quien lo maneja; es el indicador de que el negocio está en su peor momento y no se ve la luz al final del túnel.
Fuente: Cubanet