El argumento principal que usa la dictadura de Raúl Castro para impedir la manifestación pacífica del 15 de noviembre es que sus promotores quieren “restaurar el capitalismo”.
Puro fariseísmo. Al mismo tiempo está ofreciendo “503 oportunidades“ por un monto de $12,000 millones de dólares en “pequeños emprendimientos” a capitalistas de 41 países que el régimen espera asistan el 29 de noviembre al II Foro Empresarial Cuba, que será virtual debido a la pandemia, e incluirá un panel para “burgueses” cubanos residentes en el exterior.
El castrismo implora al capitalismo extranjero, pero impide el criollo. Porque el capital foráneo beneficia solo a la mafia que usurpa el poder, y un pujante capitalismo cubano beneficiaría a toda la nación, a todo el pueblo. A eso Díaz-Canel le llama “revolución socialista”.
Los organizadores del foro al parecer creen que como esos hombres de negocios no estarán físicamente presentes en Cuba no podrán constatar el nefasto ambiente para los negocios que hay ahora en el país.
Invertir en Cuba hoy es una locura y los capitalistas lo saben
Craso error. Hasta los más desinformados hombres de negocios ya saben, vía cibernética, que Cuba es un lugar donde arriesgar capital es una locura. Que la isla yace sumergida en la mayor tensión sociopolítica y la más brutal represión contra la ciudadanía desde los años 60. Y que padece la peor crisis económica y financiera en 30 años.
Este encuentro tendrá lugar en un país cuya Carta Magna prohíbe que los ciudadanos acumulen capital, lo inviertan y crezcan. En Cuba quien tiene éxito como emprendedor privado va a la cárcel, por “enriquecimiento ilícito”. Hoy están en prisión, entre otros, los mayores productores de carne de res y de cerdo, embutidos, y queso de las provincias de Las Tunas, Holguín, Cienfuegos y Artemisa.
El régimen limita al débil sector privado a prestar servicios primarios ya existentes antes de que Cervantes escribiese “El Quijote”. No le permite participar en la producción industrial, que es monopolio del Estado. Salvo algunos que artesanalmente producen zapatos u otros bienes en muy poca cantidad, los cuentapropistas prestan servicios con poco valor agregado que aportan muy poco al Producto Interno Bruto (PIB).
Encima, en los últimos años el gobierno ha invertido para beneficio del capital extranjero más de $300 millones de dólares anuales en infraestructura y equipos en la Zona de Desarrollo del Mariel, pero no ha invertido prácticamente nada en el resto del país en infraestructura y equipamiento, sino en la construcción de hoteles para los militares que controlan el turismo.
El capital no tiene ideología, exige condiciones que Cuba no tiene
Y algo clave en todo esto. El capital no tiene ideología política y solo va a donde se cumplen al menos tres condiciones: 1) garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía; 2) seguridad de que obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada; y 3) la existencia de un mercado, interno o externo, que garanticen buenas ganancias. La dictadura castrista no ofrece ninguna de ellas.
Cuba no tiene un mercado interno propiamente. La moneda nacional se devalúa sin control y vale cada vez menos, vapuleada por una inflación que supera el 500%. La masa de dólares en circulación no basta para constituirse en demanda de lo que pudiesen producir los empresarios extranjeros.
Es decir, si un capitalista argentino produjese naranjas en Cuba sólo obtendría ganancias suficientes si las exporta, cosa que no podría hacer dado el monopolio socialista del comercio exterior. O tendría que venderlas al Estado, que no tiene divisas disponibles. Y tampoco podría vender las naranjas en el mercado doméstico por cuanto el peso cubano no se puede convertir en euros o dólares, el país no los tiene.
Además, el régimen constantemente deja de pagar sus deudas y compromisos comerciales con los inversionistas y empresarios que radican en Cuba, por “falta de liquidez”. El gobierno no paga al Club de París los plazos acordados de su deuda, ni a Rusia, ni a nadie. El país está quebrado financieramente.
Igualmente, cualquier capitalista despistado asentado en Cuba tendría que explicar a su casa matriz y accionistas los absurdos de la burocracia castrista y la posibilidad de ir a la cárcel y la empresa ser confiscada por el Estado. Y que no puede contratar a los trabajadores, sino aceptar los que envía el gobierno para que además de empleados sean espías de la dictadura.
El olfato capitalista para no fallar al invertir ya anula este foro
Pero más importante que todos los obstáculos señalados a la inversión extranjera es la crisis nacional multifacética, ya terminal, del castrismo. Por mucho que el ministro Rodrigo Malmierca, encargado del foro, se esfuerce por mostrar las “ventajas” de invertir en Cuba, no lo va a lograr. Y luego del 15 de noviembre menos podrá dibujar un paraíso de paz social, seguridad y garantías al capital extranjero.
No importa que esos capitalistas no estén presentes en La Habana, pues saben de sobra que Cuba es un riesgo demasiado grande para cualquier inversión. Además del olfato natural que tienen los capitalistas legítimos para no “irse con la de trapo” a la hora de invertir, ya los melosos cuentos del castrismo no engañan a nadie.